Page 175 - El cazador de sueños
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increíble, eso no se podía discutir. Hasta entonces Jonesy había sujetado el pomo con
una mano, pero añadió la otra. Hubo un momento difícil en que aumentó la presión
sobre el pomo, y en que estuvo seguro de que la cosa de dentro conseguiría vencer la
resistencia de sus dos manos unidas. En ese momento, Jonesy estuvo a punto de
dejarse vencer por el pánico, dar media vuelta y salir corriendo.
Le retuvo acordarse de lo rápida que era. Me tumbaría antes de haber llegado a la
mitad de la sala, pensó (no sin preguntarse, medio inconscientemente, a quién coño se
le había ocurrido hacerla tan grande). Me tumbaría, me subiría por la pierna y luego
se me metería por…
Redobló la presión sobre el pomo, tanto que se le marcaban los tendones de los
antebrazos y el cuello, y que se le contraían los labios hasta las encías. Para colmo le
dolía la cadera. ¡Maldito hueso! Si decidía correr, la cadera se encargaría de que fuera
todavía más lento, gracias al profesor jubilado. A esa edad, ni carnet. ¡Carcamal de
mierda! Gracias, profe, muchas gracias, so cabrón. Y si no podía aguantar la puerta ni
correr, ¿qué le pasaría?
Pues qué iba a ser: lo mismo que a Beaver. La cosa tenía en los dientes la nariz de
Beav, como un kebab.
Jonesy sujetó el pomo entre gemidos. La presión siguió aumentando, hasta que de
repente cesó. Detrás de la hoja fina de madera de la puerta del lavabo, la cosa,
enfadada, chilló. Jonesy percibió olor a éter y anticongelante.
¿Cómo se aguantaba a la puerta? Jonesy no había visto que tuviera patas, sólo
aquella especie de cola rojiza. ¿Cómo…?
Al otro lado oyó un ruido casi imperceptible de madera astillada, un cric cric cric
cuya fuente parecía estar justo delante de su cara, y supo la respuesta. Se aguantaba
con los dientes. La idea le produjo un terror irracional. La cosa había estado dentro de
McCarthy, de eso estaba seguro al ciento por ciento; dentro de McCarthy y creciendo
como un gusano gigante de película de terror. Como un cáncer, pero con dientes. Y,
cuando ya había crecido bastante, cuando había llegado el momento de pasar a más
altos objetivos (por decirlo de alguna manera), había hecho algo tan sencillo como
abrirse camino a dentelladas.
—No, tío, no —dijo Jonesy con voz temblorosa, casi llorando.
El pomo de la puerta del lavabo quiso girar en sentido contrario. Jonesy se
imaginó al bicho al otro lado, pegado con los dientes como una sanguijuela, y con su
cola, o su único tentáculo, enroscado al pomo como un dogal, ejerciendo presión…
—No, no, no —dijo jadeando, mientras aplicaba todas sus fuerzas al pomo.
Estaba a punto de escapársele. Jonesy tenía la cara y las manos sudadas.
Frente a sus ojos, desorbitados de miedo, apareció en la madera una constelación
de bultos. Era donde tenía clavados los dientes el bicho, cada vez más hondo. Pronto
asomarían las puntas (suponiendo que antes no le resbalara el pomo de las manos), y
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