Page 174 - El cazador de sueños
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           Jonesy  vio  a  Beaver  sentado  en  el  váter  con  algo  enroscado,  algo  que  parecía  un
           gusano gigante entre dorado y rojo. Dijo algo, y la cosa se giró hacia él, aunque no

           tenía cabeza digna de ese nombre, sino un par de ojos de tiburón y una boca con
           muchos dientes. En los dientes había algo; no podía ser la nariz de Beaver Clarendon
           reducida a pulpa, aunque bien pensado…

               ¡Corre!, se dijo. Y luego: ¡Sálvale! ¡Salva a Beaver!
               Los  dos  imperativos  tenían  la  misma  fuerza,  y  el  resultado  fue  que  se  quedó

           paralizado  en  la  puerta  con  la  sensación  de  pesar  cien  kilos.  Lo  que  tenía  Beaver
           cogido con los brazos hacía un ruido agudo e histérico que a Jonesy le taladró los
           tímpanos, despertando el recuerdo de algo perteneciente a un pasado muy remoto,
           algo que no acababa de saber qué era…

               Luego Beaver, despatarrado en el váter, le dijo a gritos que saliera, que cerrara la
           puerta,  y  la  cosa,  oyendo  su  voz,  volvió  a  girar  la  cabeza,  como  si  le  hubieran

           recordado una tarea pendiente. Esta vez fue por los ojos de Beaver, ni más ni menos
           que los ojos, la muy hija de puta. Beaver se retorcía y, entre chillidos, intentaba no
           soltarla,  mientras  la  cosa  chirriaba  y  mordía  contrayendo  la  cola  o  lo  que  fuera,
           apretándole  a  Beaver  la  cintura,  sacándole  la  camisa  de  los  pantalones  y,  a

           continuación,  deslizándose  entre  ellos  y  la  piel.  Los  pies  de  Beaver  pateaban  las
           baldosas, los tacones de sus botas salpicaban agua manchada de sangre, su sombra se

           agitaba en la pared, y ahora el moho, o lo que fuera aquella mierda, estaba por todas
           partes, creciendo a una velocidad de mil demonios…
               Jonesy vio que Beaver sufría la convulsión final, y que la cosa se desprendía de él
           y saltaba al suelo, justo en el momento en que Beav se caía de la taza y la mitad

           superior de su cuerpo se desplomaba en la bañera encima de McCarthy, el de «mira
           que  estoy  a  la  puerta  y  llamo».  El  bicho  tocó  las  baldosas,  hizo  eses  de  serpiente

           (¡pero qué rápida, coño!) y se dirigió hacia Jonesy. Este retrocedió un paso y dio un
           portazo  justo  antes  de  que  tocara  el  bicho  la  hoja  de  la  puerta,  con  un  golpe  casi
           idéntico al de cuando había chocado con la tapa cerrada del váter. El impacto fue tan

           violento que hizo temblar la puerta. Después el bicho se deslizó por las baldosas a
           gran  velocidad,  creando  intermitencias  de  luz  en  la  rendija  del  suelo,  y  golpeó  la
           puerta por segunda vez. Lo primero que se le ocurrió a Jonesy fue ir corriendo en

           busca  de  una  silla,  para  trabarla  con  el  pomo,  pero  era  una  memez,  una  idea  de
           descerebrado: la puerta se abría hacia adentro, no hacia afuera. Lo fundamental era
           saber si el bicho entendía la función del pomo, y si era capaz de alcanzarlo.

               Fue como si la cosa le hubiera leído el pensamiento (y ¿quién podía asegurar que
           no fuese así?), porque justo entonces se oyó ruido de algo deslizándose por el otro
           lado  de  la  puerta,  y  Jonesy  notó  que  el  pomo  se  movía.  La  cosa  tenía  una  fuerza



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