Page 165 - El cazador de sueños
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           Están sentados en el rincón de la cocina donde da el sol (se han ido las nubes como
           por ensalmo), bebiendo té helado y mirando a Duddits, que después de acabarse el

           Za-Rex (un mejunje naranja que da grima) en tres o cuatro tragos enormes y ruidosos,
           ha salido a jugar al patio de atrás.
               Henry, que actúa un poco como portavoz, le cuenta a la señora Cavell que los

           mayores sólo «le empujaban de un lado para otro». Dice que se han puesto un poco
           brutos y le han roto la camiseta, y que por eso Duddits, asustado, se ha puesto a llorar.

           No menciona que Richie Grenadeau y sus amigos le hayan quitado los pantalones, ni
           aparece en su explicación la merienda tan asquerosa que le querían hacer comer a
           Duddits. Cuando les pregunta la señora Cavell si saben quiénes eran, Henry duda un
           poco y contesta que no, que un grupete de mayores del instituto a quienes no conoce

           de nombre. Ella mira a Beaver, Jonesy y Pete, pero todos niegan con la cabeza. Quizá
           esté mal hecho (además de ser un peligro a largo plazo para Duddits), pero no pueden

           apartarse tanto de las reglas que gobiernan sus vidas. Beaver, para entonces, ya no
           entiende que hayan tenido las narices de intervenir. Más tarde, los demás dirán lo
           mismo. Les sorprende su propia valentía. También les sorprende no haber acabado en
           el hospital.

               La señora Cavell les mira con tristeza, y Beaver se da cuenta de que sabe bastante
           de lo que no cuentan, quizá lo suficiente para pasar la noche en vela. Después, la

           señora Cavell sonríe. Sonríe directamente a Beaver, haciendo que le cosquillee todo
           el cuerpo desde la cabeza a los dedos de los pies.
               —¡Cuántas cremalleras tienes en la chaqueta! —dice. Beaver sonríe.
               —Sí, muchas. Antes era de mi hermano. Éstos se ríen, pero a mí me gusta. Es

           como la que lleva Fonzie.
               —El de la serie Happy Days —dice ella—. A nosotros también nos gusta. Y a

           Duddits. Si te apetece, ven una noche y la miramos juntos. Con él.
               Se le entristece un poco la sonrisa, como si ya supiera que la invitación es en
           balde.

               —Ah, pues estaría bien —dice Beav.
               —La verdad es que sí —confirma Pete.
               Se  quedan  un  rato  callados,  mirando  cómo  juega  en  el  patio  de  atrás.  Hay  un

           columpio con dos asientos. Duddits corre tras ellos y los empuja, haciendo que se
           columpien solos. De vez en cuando se detiene, cruza los brazos, orienta al cielo la
           esfera sin agujas de su cara y se ríe.

               —Parece contento —dice Jonesy; y, tras acabarse el té—: Ya debe de habérsele
           olvidado.
               La señora Cavell se estaba levantando, pero vuelve a sentarse y le mira casi con



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