Page 153 - El cazador de sueños
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Beaver volvió a decirlo. Esta vez nada de beaverismos, sólo las dos sílabas desnudas
de estar apoyado contra la pared, sin ninguna otra manera de expresar el terror que se
veía.
—¡Hostia!
A McCarthy el dolor no le había impedido detenerse para apretar los dos
interruptores contiguos a la puerta, encendiendo los fluorescentes que había a ambos
lados del espejo del botiquín, así como el del techo, que era redondo. La luz
homogénea y fortísima que arrojaban entre los tres hacía que el lavabo pareciera la
foto del lugar de un crimen, aunque también estaba imbuido de una especie de
surrealismo, porque no era una luz del todo fija, sino dotada de cierto parpadeo, justo
el necesario para saber que estaba alimentada por generador, no por un tendido de la
Derry and Bangor Hydroelectric.
Las baldosas del suelo eran azul celeste. Al lado de la puerta sólo había gotitas de
sangre, pero a medida que se acercaban las manchas a la taza del váter, que estaba al
lado de la bañera, se juntaban y se convertían en una serpiente roja. De ella se habían
derivado capilares de un rojo encendido. Las baldosas estaban tatuadas con las
huellas de las botas de Beaver y Jonesy, ninguno de los cuales se las había quitado.
La cortina azul de vinilo de la ducha presentaba huellas dactilares borrosas, y Jonesy
pensó: al dar media vuelta, para sentarse, debe de haber estirado los brazos y haberse
cogido a la cortina.
Sí, pero no era lo peor. Lo peor era la escena que veía Jonesy en su cabeza:
McCarthy
caminando deprisa por las baldosas azules, con una mano detrás y presionando
para evitar que saliera algo.
—¡Hostia! —volvió a decir Beaver, casi lloriqueando—. Yo esto no quiero verlo,
Jonesy. Tío, que no, que no puedo.
—No hay más remedio. —Jonesy se oyó hablar como de muy lejos—. Podemos,
Beav. Si pudimos plantarles cara a Richie Grenadeau y sus amigos, también podemos
enfrentarnos con esto.
—No sé, tío, no sé…
En el fondo Jonesy tampoco lo sabía, pero le cogió la mano a Beaver. Los dedos
de Beav se cerraron con la fuerza del pánico, y avanzaron juntos otro paso por el
cuarto de baño. Jonesy procuró esquivar la sangre, pero era difícil, porque estaba por
todas partes. Y no todo era sangre.
—Jonesy —dijo Beaver, casi susurrando y con la boca seca—, ¿ves la porquería
que hay en la cortina de la ducha?
—Sí, tío.
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