Page 183 - El cazador de sueños
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enigmas de Jefferson Tract, helándole el cuero cabelludo y provocándole un
hormigueo de pavor en todo el cuerpo.
—¡Za mueto Bibe! ¡Za mueto Bibe! ¡Ama, za mueto Bibe!
No hacía falta pedirle que lo repitiera ni que pronunciara mejor. Roberta le había
escuchado toda la vida, y lo entendió a la perfección: «¡Se ha muerto Beaver! ¡Se ha
muerto Beaver! ¡Mamá, se ha muerto Beaver!»
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