Page 196 - El cazador de sueños
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Al oeste ya no se oía ruido de ametralladoras, pero no porque se hubiera acabado,
           ni mucho menos. De hecho, justo entonces (como si lo concitara la propia idea), el
           día sufrió el martillazo de una explosión brutal que lo silenció todo, hasta el zumbido

           de  avispa  de  la  motonieve  acercándose;  todo  menos  el  burbujeo  de  la  mano.  Las
           ronchas hacían un festín de la mano de Pete; en eso se parecían al cáncer que había
           matado a su padre, comiéndosele el estómago y los pulmones.

               Se  pasó  la  lengua  por  los  dientes,  tocando  los  huecos  de  los  que  se  le  habían
           caído.
               Cerró los ojos y aguardó.











































































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