Page 222 - El cazador de sueños
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por la casa de los Rapeloew, pero durante todo ese tiempo tenía el pito como una
           piedra, tanto que latía como otro corazón; parecía que tuviera que doler, pero qué va,
           daba gusto, y ahora, después de tantos años, se dio cuenta de en qué había consistido

           el paseo silencioso: en un juego erótico. El hecho de que no sólo no tuviera nada
           contra los Rapeloew, sino que le cayeran bien, de alguna manera lo mejoraba. Si le
           cogían (que no lo hicieron) y le preguntaban por qué, siempre podía contestar «no sé»

           sin necesidad de mentir.
               Tampoco es que hiciera gran cosa. En el cuarto de baño de la planta baja encontró

           un  cepillo  de  dientes  donde  ponía  DICK.         [5]   Era  el  nombre  de  pila  del  señor
           Rapeloew.  Owen  intentó  mearse  en  las  cerdas  del  cepillo  de  dientes  del  señor
           Rapeloew, que era lo que le apetecía, pero tenía demasiado duro el pito y no salía ni

           gota  de  pipí.  Optó  por  escupir  encima  de  ellas,  frotar  la  saliva  en  el  cepillo  y
           devolverlo al vaso. En la cocina derramó un vaso de agua sobre el fogón eléctrico. A
           continuación sacó del armario una fuente grande de porcelana, la levantó encima de

           la cabeza y la arrojó a un rincón, donde se hizo mil añicos, momento en que salió
           corriendo de la casa. Lo que tenía hasta entonces en la cabeza, lo que le había puesto
           duro el pito y le había dado la sensación de que no le cabían los ojos en las órbitas, se

           rompió con el ruido del plato; se reventó como un grano, y seguro que sus padres, de
           no haber estado tan preocupados por la señora Rapeloew, se habrían dado cuenta de
           que le ocurría algo. Dadas las circunstancias, debieron de suponer que también se

           había  llevado  un  susto  con  lo  de  la  vecina.  Pasó  una  semana  durmiendo  poco  y
           teniendo  pesadillas.  Owen  estaba  atormentado  por  la  sensación  de  culpa  y  la
           vergüenza  (aunque  no  tanto  como  para  confesar,  porque  a  ver  qué  decía  si  le

           preguntaba su madre baptista qué mosca le había picado), pero no se le olvidaba el
           placer ciego de estar de pie en el cuarto de baño con los pantalones cortos a la altura
           de las rodillas, intentando hacer pipí en el cepillo de dientes del señor Rapeloew, ni el

           escalofrío de emoción al romperse la fuente. Supuso que con unos años más se habría
           corrido en los pantalones. La pureza estaba en la falta de sentido, el gozo en el ruido
           de  la  porcelana,  y  la  satisfacción  posterior,  en  regodearse  lentamente  en  el

           remordimiento de haberlo hecho y el miedo de que le pillaran.
               Ahora le volvía todo de golpe a la cabeza.
               Esta vez puede que me corra, pensó. Lo que está claro es que será bastante más

           espectacular  que  intentar  mearse  en  el  cepillo  de  dientes  del  señor  Rapeloew.  A
           continuación, mientras se ponía la gorra al revés, pensó: aunque en el fondo es la
           misma idea.

               —¿Owen? —La voz de Kurtz—. ¿No me oyes? Como no contestes ahora mismo,
           me lo tomaré como que no puedes o no…

               —Estoy aquí, jefe. —Ni un temblor en la voz. Se le apareció un niño sudoroso
           con una fuente de porcelana encima de la cabeza—. ¿Qué, chavales, estáis preparados




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