Page 31 - El cazador de sueños
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delante de un estudiante—. Ya te…
               —Y cuídate. Lo digo en serio.
               El énfasis con que lo dice es inequívoco, y da un poco de miedo. Sin embargo,

           Henry cuelga sin darle tiempo a Jonesy de contestar (aunque no sabe qué diría con
           Defuniak sentado en el rincón, mirando y escuchando).
               Por  unos  instantes,  Jonesy  mira  el  auricular  con  expresión  pensativa.  Después

           cuelga, pasa la página de su calendario de mesa y, en la del sábado, tacha «Cóctel en
           casa del decano Jacobson» y apunta «Dar una excusa. Ir a Derry con Henry para ver a
           D.». Sin embargo, es una cita a la que no acudirá. El sábado, Derry y sus amigos de

           infancia serán lo último que le pase por la cabeza.
               Jonesy se llena los pulmones, vuelve a vaciarlos y desplaza su atención hacia el
           molesto visitante. El chico, que está nervioso, cambia de postura en la silla. Jonesy

           intuye que tiene bastante claro el motivo de la convocatoria.
               —A ver, Defuniak —dice—. En el expediente pone que es de Maine.

               —Sí, de Pittsfield. Me…
               —En el expediente también pone que tiene una beca, y que es buen alumno.
               Se da cuenta de una cosa: no es que Defuniak esté preocupado, es que le falta
           poco para llorar. ¡Qué mal rato, por Dios! Es la primera vez que Jonesy se encuentra

           en  la  situación  de  tener  que  acusar  a  un  alumno  de  copiar,  pero  no  lleva  mucho
           tiempo en el mundo de la enseñanza, y supone que no será la última vez. En todo

           caso, espera que no se repita a menudo, porque es duro: lo que llamaría Beaver una
           tocada de cojones.
               —Señor Defuniak… David… ¿Sabes qué pasa con las becas de los alumnos que
           copian? ¿En un examen parcial, digamos?

               El chico sufre convulsiones, como si hubiera un bromista escondido debajo de la
           silla  y  acabara  de  descargarle  una  corriente  eléctrica  de  bajo  voltaje  en  las  nalgas

           huesudas. Ahora le tiemblan los labios, y… ¡Ay, Dios mío! Ya está aquí la primera
           lágrima; ya rueda por su mejilla sin afeitar.
               —Pues  te  lo  cuento  —dice  Jonesy—:  desaparecen.  Ya  lo  sabes.  ¡Puf!  Se
           evaporan.

               —Es que… es que…
               En  la  mesa  de  Jonesy  hay  una  carpeta.  La  abre  y  saca  un  parcial  de  historia

           europea, una de las barbaridades tipo test que el departamento tiene la poca prudencia
           de  exigir.  La  primera  hoja  lleva  escrito  en  la  parte  de  arriba  («escribid  con  trazos
           gruesos  y  rectos,  y,  si  tenéis  que  borrar,  borrad  bien»)  el  nombre  DAVID

           DEFUNIAK.
               —David, he repasado tu trayectoria en la asignatura, he vuelto a leer tu trabajo
           sobre el feudalismo en Francia durante la Edad Media y he consultado tu expediente.

           No destacas, pero eres buen alumno. Otra cosa: tengo la sensación de que te tomas la




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