Page 28 - El cazador de sueños
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2001: Jonesy recibe a un alumno
No sabemos qué días nos cambiarán la vida. Probablemente sea una suerte. El día en
que cambiará la suya, Jonesy está en su despacho del segundo piso del Emerson
College, contemplando su pedacito de Boston y pensando en lo equivocado que
estaba T. S. Eliot al calificar a abril de mes más cruel sólo porque un carpintero
itinerante de Nazaret fuera crucificado, dicen, por fomentar la rebelión. Cualquier
habitante de Boston sabe que el mes más cruel es marzo, que, después de unos días
de falsas esperanzas, disfruta dándote de hostias. Hoy es uno de los días de poco fiar
en que parece que esté a punto de llegar la primavera, y Jonesy tiene pensado salir a
pasear cuando haya terminado el palo que se le avecina. A esas alturas,
evidentemente, Jonesy no tiene ni idea de cuántos palos puede dar un solo día. No
tiene ni idea de que acabará este en una sala de hospital, hecho un guiñapo y con la
vida colgando de un hilo.
Misma mierda, diferente día, piensa; pero esta mierda será muy, muy diferente.
Justo entonces suena el teléfono, y lo coge con una corazonada positiva: debe de
ser el chaval ese, Defuniak, llamando para cancelar la cita de las once. Eso es que
intuye por dónde irán los tiros, piensa Jonesy. Es muy posible. Lo normal es que sean
los alumnos los que concierten citas con sus profesores. Cuando a un chico le dan el
mensaje de que quiere verle un profesor… vaya, que no hay que ser un genio.
—Jones. ¿Diga?
—¡Hombre, Jonesy! ¿Cómo te va la vida? Reconocería la voz donde fuera.
—¡Henry! ¡Qué pasa, tío! ¡Bien, bien, la vida bien!
Lo cierto es que la vida no presenta un panorama muy halagüeño, y menos
faltando un cuarto de hora para que llegue Defuniak, pero todo es relativo, ¿no?
Comparado con cómo estará dentro de doce horas, enganchado a un montón de
máquinas haciendo bip bip, recién salido de una operación y con otras tres
esperándole, Jonesy está lo que se dice en la gloria.
—Me alegro.
Puede que Jonesy note algo raro en la voz de Henry, pero es más probable que lo
haya detectado por otras vías.
—¿Qué te pasa, Henry?
Silencio. Justo cuando Jonesy se dispone a repetir la pregunta, contesta Henry.
—Ayer se me murió un paciente. Vi la esquela por casualidad, en el periódico. Se
llamaba Barry Newman. —Hace una pausa—. Era de los de diván.
Jonesy ignora el significado de la expresión, pero algo sabe: que su amigo está
muy afectado.
—¿Suicidio?
—No, infarto. Con veintinueve años. Se cavó su propia tumba con el tenedor y el
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