Page 23 - El cazador de sueños
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1998: Henry trata a un paciente de diván
La habitación está poco iluminada. Cuando recibe pacientes, Henry siempre la tiene
así. Le parece interesante que se fijen tan pocos en el detalle. El lo atribuye a que en
el estado mental de los que vienen a verle tampoco hay mucha luz. La mayoría de sus
pacientes son neuróticos (hay más que árboles en el bosque, como le dijo a Jonesy
una vez que estaban, ¡aja!, en el bosque), y opina Henry, aunque sin base científica,
que sus problemas funcionan como una especie de filtro polarizador entre ellos y el
resto del mundo. Cuanto más profunda es la neurosis, menos luz hay en sus cabezas.
En general, sus pacientes le suscitan una compasión distanciada, que puede llegar a la
lástima. Son pocos los que agotan su paciencia, y uno de ellos es Barry Newman.
A los pacientes que entran en la consulta de Henry por primera vez se les plantea
una elección que no suelen captar como tal. Entran y ven una sala agradable, aunque
poco iluminada, con chimenea a la izquierda. Esta última contiene un tronco de los
que no se consumen, un tronco de acero que imita el abedul y que tiene debajo cuatro
chorros de gas distribuidos con ingenio. Al lado de la chimenea hay un sillón de
orejas, que es donde se sienta Henry, debajo de una reproducción muy buena de las
caléndulas de Van Gogh. (A veces Henry les dice a sus colegas que en la consulta de
un psiquiatra siempre debería haber como mínimo un Van Gogh.) El lado opuesto de
la sala está ocupado por una butaca y un diván.
A Henry siempre le interesa ver por cuál de los dos se decanta el paciente. Ha
ejercido bastantes años para saber que lo que elija el paciente el primer día lo elegirá
casi todos los días. Es un tema digno de un artículo. Henry es consciente de ello, pero
no consigue concretar la tesis, además de que está pasando por una época de menor
interés hacia cuanto sean artículos, revistas, congresos y coloquios. Antes les daba
importancia, pero ahora ha cambiado la situación. Duerme menos, come menos, y
también ríe menos. En su vida también ha penetrado la oscuridad (el filtro
polarizador), y Henry no lo lamenta. Así todo es menos deslumbrante.
Barry Newman siempre ha sido hombre de diván, desde el primer día, y Henry
nunca ha cometido el error de relacionar el dato con el estado mental de su paciente.
Es algo tan sencillo como que Barry encuentra más cómodo el diván, a pesar de que
haya días, pasados los cincuenta minutos, en que Henry tenga que ayudarle a
levantarse. Barry Newman mide un metro setenta y pesa ciento noventa kilos. Por eso
se lleva tan bien con el diván.
Las sesiones de Barry Newman suelen consistir en informes largos y cansinos
sobre las aventuras gastronómicas que le ha deparado la semana; y no porque Barry
tenga un paladar exigente, ni mucho menos. De hecho es la antítesis del gourmet: se
come todo lo que tenga la mala suerte de entrar en su órbita. Es una máquina de
comer. Y su memoria es eidética, al menos a ese respecto. Es a la comida lo que Pete,
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