Page 366 - El cazador de sueños
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«¿No? ¿Cómo que no?»
«Pues que no.»
«¿Tienes alguna idea mejor?»
Y Owen comprendió algo horrible: que Henry creía tenerla. Por el cerebro de
Owen pasaron fragmentos de esa idea (que habría sido demasiado generoso calificar
de plan), como la cola brillante y fragmentada de un cometa. Se quedó sin aliento. Ni
siquiera se dio cuenta de que el viento se le llevaba el cigarrillo de los dedos.
«Tú estás mal de la cabeza.»
«Para nada. Ya sabes que para escaparnos necesitamos una distracción. Pues ya la
tienes.»
«¡Pero si les matarán igual!»
«A algunos. Hasta puede que a la mayoría, pero es una oportunidad, y a ver qué
oportunidad tendrían en un establo incendiado.»
Henry dijo en voz alta:
—Luego está Kurtz. Si tiene que ocuparse de cien o doscientos fugitivos (casi
todos impacientes por contarle al primer periodista que encuentren que el gobierno de
Estados Unidos tiene tanto pánico que ha dado el visto bueno a una masacre como la
de Mei Lai, y aquí mismo, en suelo americano), pensará bastante menos en nosotros.
No conoces a Abe Kurtz, pensó Owen, ni sabes qué es la línea de Kurtz. Claro
que él tampoco lo sabía. Hasta ese día no había tenido una noción exacta de ella.
A pesar de todo, la propuesta de Henry poseía una especie de lógica desquiciada,
además de que contenía un ingrediente de desagravio. A medida que se aproximaba la
medianoche de aquel 14 de noviembre interminable, y que aumentaban las
probabilidades de sobrevivir hasta el final de la semana, para Owen no fue ninguna
sorpresa descubrir varios atractivos en la idea de desagravio.
—Henry…
—Sí, Owen, estoy aquí.
—Siempre me he sentido culpable por lo que hice en casa de los Rapeloew.
—Ya lo sé.
—Y, en cambio, he vuelto a hacerlo varias veces. Qué retorcido, ¿no?
Henry, a quien la idea del suicidio no le impedía seguir siendo muy buen
psiquiatra, no dijo nada. En la conducta humana lo retorcido era normal. Triste pero
cierto.
—Vale, vale —acabó diciendo Owen—. Tú compras la casa, pero los muebles los
pongo yo. ¿Trato hecho?
—Trato hecho —repitió enseguida Henry.
—¿Va en serio lo de que puedes enseñarme la técnica de las interferencias?
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