Page 382 - El cazador de sueños
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momento en que el señor Gray descubriera… lo que había que descubrir.
               Cuando la camioneta llegó a la cumbre y sus luces largas no alumbraron nada
           aparte de copos de nieve, el señor Gray tardó un poco en dar señas de contrariedad.

           Tenía  tanta  confianza  que  se  otorgó  unos  segundos  de  margen.  Sí,  seguro  que  en
           pocos segundos divisaría la torre blanca que presidía el descenso hacia Kansas Street,
           la de las ventanas formando una espiral ascendente. Unos segundos más y…

               Pero ya no quedaban más segundos. Metro a metro, la camioneta había llegado al
           punto más elevado de la colina. Era donde Cárter Lookout, junto con tres o cuatro
           calles parecidas, moría en una explanada circular. Habían llegado a la cota más alta

           de Derry, su principal atalaya. El viento soplaba como alma en pena, sin bajar de los
           ochenta kilómetros por hora y con rachas de ciento diez y hasta ciento treinta. Las
           luces largas del vehículo iluminaban copos de trayectoria horizontal, como bandadas

           de cuchillos.
               El señor Gray no se movía. Las manos de Jonesy resbalaron del volante y cayeron

           en su regazo como dos pájaros recién abatidos. Al fin murmuró:
               —¿Dónde está?
               Su mano izquierda se elevó, manipuló el tirador de la puerta y consiguió abrirla.
           Primero sacó una pierna, y a continuación, como el viento le arrancaba la puerta de

           las manos, cayó de rodillas en la nieve. Volvió a levantarse y caminó encogido hasta
           el morro de la camioneta, con la chaqueta y los vaqueros chasqueando como velas de

           barco en un temporal. Con tanto viento, la sensación de frío era de bajo cero (en el
           despacho de Tracker Hermanos la temperatura pasó en pocos segundos de fresca a
           fría), pero a la nube rojinegra que ocupaba casi todo el cerebro de Jonesy y conducía
           su cuerpo le daba igual.

               —¿Dónde está? —chilló el señor Gray con el vendaval de cara—. ¿Dónde coño
           está la torre?

               Jonesy no tuvo necesidad de gritar, puesto que a pesar de la tormenta el señor
           Gray le habría oído el mínimo susurro.
               —Ja, ja, señor Gray —dijo—. Me muero de risa. Se ve que le han tomado el pelo.
           La torre-depósito no está desde 1985.


























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