Page 387 - El cazador de sueños
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           1984 y 1985 fueron años malos para Derry. En verano de 1984, tres adolescentes de
           la población mataron a un homosexual arrojándole al canal. Durante los siguientes

           diez meses fueron asesinados seis niños. Por lo visto el culpable era un psicópata que
           a veces se disfrazaba de payaso.
               —El caso —dijo Jonesy— es que lo último malo que ocurrió fue una especie de

           huracán  que  cayó  el  31  de  mayo  de  1985.  Hubo  más  de  sesenta  víctimas,  y  se
           derrumbó la torre-depósito. Bajó rodando hasta Kansas Street.

               Señaló a la derecha de la camioneta, donde empezaba una falda muy escarpada
           que se perdía en la oscuridad.
               —Por  Upmile  Hill  bajaron  casi  tres  millones  de  litros,  y  al  llegar  al  centro  lo
           destruyeron casi todo. Yo entonces iba a la universidad. La tormenta coincidió con la

           semana de los exámenes finales. Me llamó mi padre para contármelo; claro que yo ya
           lo sabía, porque era una noticia a escala nacional.

               Jonesy hizo una pausa para pensar, mientras miraba el despacho, que ya no estaba
           vacío  ni  sucio  sino  amueblado  con  muy  buen  gusto.  (Su  subconsciente  había
           incorporado un sofá de su casa y un sillón de un catálogo del MOMA, precioso pero
           fuera  de  sus  posibilidades  económicas.)  La  verdad  era  que  le  había  quedado  muy

           acogedor; más, en todo caso, que la nevada a la que estaba teniendo que hacer frente
           el usurpador de su cuerpo.

               —Henry  también  iba  a  la  universidad.  A  Harvard.  Pete  rondaba  por  la  costa
           Oeste, en plan hippy. Beaver intentaba sacarse una diplomatura en el sur del estado.
           Después dijo que había elegido la especialidad de hachís y videojuegos.
               El único en presenciar el paso por Derry de la gran tormenta había sido Duddits…

           pero Jonesy descubrió que no quería pronunciar su nombre.
               El  señor  Gray  no  dijo  nada,  pero  Jonesy  tuvo  una  clara  percepción  de  su

           impaciencia. Sólo le importaba la torre-depósito. Y que Jonesy le hubiera engañado.
               —Oiga,  señor  Gray,  que  si  aquí  ha  habido  algún  engaño  se  lo  ha  hecho  usted
           mismo.  Mi  único  papel  ha  sido  llevarme  algunas  cajas  DERRY  y  meterlas  aquí

           mientras mataba usted al pobre soldado.
               —Los pobres soldados bajaron del cielo con sus naves y masacraron a todos los
           de mi especie que pudieron encontrar.

               —Yo  con  eso  no  tengo  nada  que  ver,  y  tampoco  es  que  los  suyos  vinieran  a
           inscribirnos en el Círculo de Lectores de las Galaxias.
               —¿Habría cambiado algo?

               —No me venga con hipótesis —dijo Jonesy—. Después de lo que le ha hecho a
           Pete y al del ejército, me apetece poquísimo tener discusiones intelectuales con usted.
               —Hacemos lo que tenemos que hacer.



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