Page 385 - El cazador de sueños
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El señor Gray permaneció casi cinco minutos de rodillas leyendo la placa, sin
importarle que se estuvieran durmiendo las extremidades de Jonesy. (¿Por qué iba a
importarle? En el fondo Jonesy era como un coche de alquiler, que se conduce sin
ningún miramiento, tirando al suelo las colillas.) Intentaba encontrarle algún sentido.
¿Tormenta? ¿Niños? ¿Perdedores? ¿Quién, o qué, era Pennywise? Y lo más
importante: ¿dónde estaba la torre-depósito que localizaban los recuerdos de Jonesy
en aquella elevación?
Se decidió a levantarse, regresó a la camioneta, entró y subió la calefacción. Con
el chorro de aire caliente, el cuerpo de Jonesy empezó a temblar. Tardó muy poco en
volver a estar delante de la puerta cerrada del despacho pidiendo explicaciones.
—¿Por qué me lo pregunta con tan mal tono? —preguntó Tonesy con afabilidad,
aunque sonreía. ¿Lo notaría el señor Gray? ¿Qué esperaba, que le ayudase? ¡Por
favor! No conozco los detalles, pero tengo bastante claro el plan general: veinte años
y todo el planeta será como una bola roja. Es eso, ¿no? Ya no habrá agujero en la
capa de ozono, pero tampoco habrá gente.
—¡Conmigo no te hagas el listo! ¡Ni te atrevas!
Jonesy reprimió la tentación de seguir excitando al señor Gray y provocarle otra
rabieta. Consideraba que ningún enfado le daría a su huésped involuntario la
capacidad de echar abajo la puerta que les separaba, pero ¿qué sentido tenía hacer la
prueba? Además, estaba emocionalmente agotado, con los nervios de punta y un
sabor a cobre quemado en la boca.
—¿Cómo es posible que no esté la torre? —El señor Gray apoyó una mano en el
centro del volante, haciendo sonar la bocina. Lad, el perro de raza border collie,
levantó la cabeza y miró nerviosamente al conductor con ojos grandes—. ¡A mí no
me puedes mentir! ¡Tengo tus recuerdos!
—Es que… No sé si se acuerda, pero me he llevado unos cuantos.
—¿Cuáles? Dímelo.
—¿Por qué voy a decírselo? —preguntó Jonesy—. ¿Qué me da a cambio?
El señor Gray se quedó callado. Jonesy notó que consultaba varios archivos. A
continuación y de repente, empezaron a entrar olores por debajo de la puerta y por la
rejilla de aire acondicionado. Eran los preferidos de Jonesy: palomitas de maíz, café y
la sopa de pescado de su madre. Le hizo ruido enseguida el estómago.
—Desde luego que no puedo prometerte la sopa de pescado —dijo el señor Gray
—, pero te daré de comer. Porque tienes hambre, ¿verdad?
—Con usted al mando de mi cuerpo, y poniéndose ciego de emociones mías, sería
muy raro que no tuviese —repuso Jonesy.
—Al sur de aquí hay un local que se llama Dysart's. Según tú está abierto las
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