Page 386 - El cazador de sueños
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veinticuatro horas del día, que es una manera de decir siempre. A menos que sea otra
mentira…
—Yo no he dicho ninguna —replicó Jonesy—. No puedo. Acaba de decirlo usted.
Los controles y el fondo de recuerdos están en sus manos. Lo tiene todo menos lo de
aquí dentro.
—¿Dónde es «aquí»? ¿Cómo puede haber un «aquí»? —No lo sé —dijo Jonesy
con sinceridad—. ¿Cómo sé que me dará de comer?
—Porque no tengo más remedio —dijo el señor Gray al otro lado de la puerta, y
Jonesy comprendió que también era sincero. O se le ponía gasolina al motor de vez
en cuando, o llegaba un momento en que ya no funcionaba—. Pero si satisfaces mi
curiosidad te daré las cosas que te gustan. Si no…
—Vale, vale —dijo Jonesy—. Yo le digo lo que puedo y usted me da creps y
beicon de Dysart's. Desayuno las veinticuatro horas del día. ¿Acepta?
—Acepto. Abre la puerta y cerramos el trato con un apretón de manos.
Jonesy, tomado por sorpresa, sonrió. Era la primera incursión del señor Gray en el
humor, y había que reconocer que no le había salido demasiado mal. Miró por el
retrovisor y vio una sonrisa idéntica en la boca que ya no le pertenecía. Eso ya le
pareció un poco más inquietante.
—Lo de darse la mano, si le parece, nos lo saltamos —dijo.
—Habla.
—Voy, voy, pero le aviso de algo: como incumpla su promesa, será la última que
me haga.
—Lo tendré presente.
La camioneta seguía en la cima de la colina, a merced de un ligero vaivén y
proyectando cilindros de luz nevada, uno por cada faro. Jonesy le contó al señor Gray
lo que sabía, pensando que era un lugar ideal para historias de miedo.
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