Page 378 - El cazador de sueños
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—¡Para! —exclamó el señor Gray. Jonesy, que estaba cruzando el despacho, quedó
sorprendido por la familiaridad de la voz. Era como oír grabado en una cinta uno de
sus frecuentes berrinches (muchos de los cuales nacían de ver patas arriba el cuarto
de los niños)—. ¡Ni un paso más! ¡Que no se te ocurra seguir!
—Tócame los perendengues —replicó Jonesy con una sonrisa burlona. ¡Qué
ganas habrían tenido sus hijos de contestar así a los rollos de papá! ¡Seguro que mil
veces! Después tuvo una idea que le dio repelús. En el caso poco probable de que
volviera a ver por dentro su dúplex de Brookline, sería a través de unos ojos que
ahora pertenecían al señor Gray. La mejilla que besaran sus hijos (con Misha
diciendo «¡ay, papá, que rasca!») sería del señor Gray, al igual que los labios que
besara Carla. Y en la cama, cuando ella le cogiera y le guiara a su interior…
Jonesy tuvo escalofríos, pero acercó la mano al termostato… y vio que casi estaba
graduado en cincuenta. Debía de ser el único modelo del mundo que podía subir hasta
tanto. Le imprimió medio giro a la izquierda sin saber qué ocurriría, y se llevó la
agradable sorpresa de notar una corriente de aire fresco en las mejillas y la frente.
Entonces, aliviado, volvió un poco la cabeza para recibir la brisa más de lleno, y vio
que en otra pared había una rejilla de aire acondicionado.
—¿Cómo lo haces? —se desesperó el señor Gray al otro lado de la puerta—.
¿Cómo puede ser que tu cuerpo no incorpore el byrus? ¿Cómo es posible que
resistas?
Jonesy rió a carcajada limpia. Imposible retenerlas.
—Me alegro de que te haga tanta gracia —dijo el señor Gray. Ahora su voz era de
gran frialdad, como la de Jonesy en su ultimátum a Carla: o rehabilitación o divorcio.
Tú misma, cielo—. Aunque te aviso que sé hacer algo más que subir la calefacción.
Puedo quemarte, o hacer que tú mismo te dejes ciego.
Jonesy se acordó del bolígrafo en el ojo de Andy Janas, del ruido repugnante que
había hecho el globo al reventar, y se estremeció. Sin embargo, sabía reconocer un
farol. Eres el último, pensó, y yo tu sistema de reparto. No eres tan tonto como para
estropear demasiado la maquinaria, al menos antes de haber acabado tu misión.
Caminó lentamente hacia la puerta, diciéndose que había que tener cuidado.
—¿Señor Gray? —dijo en voz baja.
Silencio.
—Una pregunta, señor Gray. Ahora, cuando es usted mismo, ¿qué aspecto tiene?
¿Un poco menos gris y más rosado? ¿Con un par de dedos más en las manos? ¿Con
pelusilla en la cabeza? ¿Empiezan a salirle dedos en los pies, y un par de huevecitos
entre las piernas?
Silencio.
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