Page 421 - El cazador de sueños
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           De repente (siempre era igual de repentino, igual de mágico) el mundo desapareció.
           Los alaridos del viento, los copos como proyectiles, el ulular de la sirena, la vibración

           de  la  alarma…  Todo  borrado.  Kurtz  perdió  conciencia  de  tener  al  lado  a  Freddy
           Johnson,  y  al  resto  de  los  de  Imperial  Valley  congregándose.  Se  concentró  con
           exclusividad  en  el  Sno-Cat  que  se  alejaba,  y  en  el  asiento  izquierdo  vio  a  Owen

           Underhill; le vio a través de la cabina de acero, como si de repente la visión de rayos
           equis  de  Supermán  se  le  hubiera  trasferido  a  él,  Abe  Kurtz.  La  distancia  era

           exagerada, pero daba igual. Su siguiente disparo se metería directamente en la nuca
           del traidor de Owen Underhill. Levantó el fusil, apuntó…
               Dos  explosiones  rasgaron  la  noche,  una  de  ellas  lo  bastante  cercana  para  que
           Kurtz y sus hombres recibieran el impacto de la onda expansiva. Salió volando un

           remolque donde ponía INTEL INSIDE, dio un vuelco y cayó sobre la tienda donde
           estaba la cocina.

               —¡Hostia! —exclamó uno de los hombres.
               No se apagaron todas las luces, porque media hora era poco y Owen sólo había
           tenido tiempo de instalar cargas en dos generadores (murmurando en todo momento
           «Banbury Cross, Banbury Cross»), pero de repente el Sno-Cat fugitivo desapareció

           en las fauces de una oscuridad salpicada de llamas, y Kurtz dejó caer el rifle en la
           nieve sin apretar el gatillo.

               —La cagamos —dijo sin entonación—. Alto el fuego. He dicho que alto el fuego,
           mamonazos.  Ni  un  tiro  más.  Adentro.  Todos  menos  Freddy.  Juntad  las  manos  y
           rezadle  a  Dios  Todopoderoso  para  que  nos  saque  de  este  berenjenal.  Freddy,  ven.
           ¡Camina, hombre!

               Los otros, casi una docena, subieron en orden por la escalerilla de la caravana
           grande, entre miradas inquietas a los generadores ardiendo y la tienda en llamas de

           los cocineros. (Ya empezaba a comunicarse el incendio a la enfermería. Después le
           tocaría al depósito de cadáveres.) Se habían apagado la mitad de los focos del recinto.
               Kurtz le pasó a Freddy Johnson un brazo por la espalda y le hizo dar veinte pasos

           bajo  la  nevada.  El  viento  arrastraba  cortinas  de  copos  con  misterioso  aspecto  de
           vapor. Justo encima de los dos ardía a plena llama lo que quedaba de la tienda de
           Gosselin. Ya se había incendiado el establo, con las cuencas vacías de sus puertas

           destrozadas.
               —Freddy, ¿tú amas a Jesús? Dime la verdad.
               Freddy ya se lo sabía de otras veces. Era un mantra. El jefe estaba despejándose

           las ideas.
               —Sí, jefe, le amo.
               —¿Me lo juras? —La mirada de Kurtz era penetrante. Seguro que miraba a través



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