Page 419 - El cazador de sueños
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tiempo de pensar, comprendería que muchos también huían. En aquel momento no
           entendía nada. Ocurría todo demasiado deprisa.
               Owen le obligó a dar otra media vuelta y le empujó hacia el asiento del copiloto,

           haciéndole apartar una lona que olía mucho a aceite de motor. Daba gusto el calor
           que hacía en la cabina. Una radio clavada con tornillos en el rudimentario salpicadero
           estaba encendida. A Henry, lo único que le pareció inteligible fue el pánico de las

           voces, que le provocó una alegría salvaje, la mayor desde la tarde en que los cuatro
           habían asustado a Richie Grenadeau y los abusones de sus amigos. De hecho, a su
           manera de ver, la operación la dirigían un puñado de Richie Grenadeaus adultos, con

           armas de fuego sustituyendo las cacas secas de perro.
               Entre  los  dos  asientos  había  algo,  una  caja  con  dos  pilotos  naranjas  que
           parpadeaban. Justo cuando Henry se agachaba por curiosidad, Owen Underhill apartó

           la lona de al lado del asiento del conductor y entró saltando en el vehículo. Tenía la
           respiración pesada, y miraba el incendio sonriendo.

               —Hermano, ten cuidado con eso —dijo—. Ojo con los botones.
               Henry  levantó  la  caja,  que  tenía  más  o  menos  las  mismas  medidas  que  la
           fiambrera  tan  amada  por  Duddits.  Los  botones  estaban  debajo  de  los  pilotos
           intermitentes.

               —¿Qué son?
               Owen le dio a la llave, y el motor caliente del Sno-Cat arrancó sin dilación. Había

           un palo muy alto saliendo de la caja de cambios. Owen lo usó para meter la marcha.
           Seguía  sonriendo.  La  luz  intensa  que  entraba  por  el  parabrisas  del  vehículo  le
           permitió  a  Henry  ver  que  su  acompañante  tenía  debajo  de  cada  ojo  una  hebra
           anaranjada de byrus, como rímel. En los párpados había más.

               —Aquí hay demasiada luz —dijo Owen—. Vamos a rebajarlas un poco.
               Describió un círculo con el Sno-Cat, con una suavidad tan sorprendente que les

           pareció ir en lancha motora. Henry volvió a apoyarse en el respaldo con la caja de los
           intermitentes en las rodillas. Pensó que, tal como estaba, no le molestaría no volver a
           caminar en cinco años.
               Owen, que conducía en diagonal hacia una zanja entre paredes de nieve —que en

           eso se había convertido Swanny Pond Road—, le miró de reojo.
               —Lo  has  conseguido  —dijo—.  Reconozco  que  tenía  mis  dudas,  pero  de  puta

           madre, tío.
               —Ya te lo había dicho —contestó Henry—: Sé motivar como nadie.
               Y añadió en transmisión mental: «De todos modos, la mayoría se morirá.»

               «Da igual. Les has dado una oportunidad. Y ahora…»
               Seguían oyéndose disparos, pero Henry sólo se dio cuenta de que ellos eran el
           blanco cuando el techo de metal de la cabina desvió una bala. Otra, con un ruido

           seco, rebotó en una oruga del Sno-Cat, y Henry bajó la cabeza. ¡Como si sirviera de




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