Page 415 - El cazador de sueños
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despedirse! Por lo que a Kurtz respectaba, los hombrecillos grises eran estrictamente
secundarios. Si escribía él los titulares, el principal anunciaría lo siguiente:
¡SORPRESA! ¡LOS AMERICANOS DE LA NUEVA ERA DEMUESTRAN QUE
TIENEN AGALLAS! Increíble. Casi daba pena aguarles la fiesta.
La sirena del cuartel general subía y bajaba de volumen en la nevada nocturna. La
primera oleada de hombres golpeó la tienda por detrás. A Kurtz le faltó poco para ver
temblar el edificio entero.
—Me cago en la telepatía —dijo sonriendo.
Vio la reacción de los suyos, la primera oleada procedente de las garitas, seguida
por refuerzos de la sección motorizada, el economato y los remolques que servían de
barracones. A continuación, la sonrisa de Kurtz empezó a trocarse en una expresión
de perplejidad.
—Disparad —dijo—. ¿Por qué no disparáis?
Algún que otro soldado disparaba, pero era insuficiente. A Kurtz le olió a pánico.
Sus hombres no disparaban porque estaban hechos unos caguetas. O porque sabían
que después les tocaría a ellos.
—Me cago en la telepatía —repitió.
De repente se oyeron disparos de fusil automático dentro de la tienda. Las
ventanas del despacho donde se había celebrado la original conferencia entre él y
Owen Underhill se iluminaron con destellos de traca. Hubo dos que reventaron. Por
la segunda quiso salir alguien, y Kurtz tuvo tiempo de reconocer a George Udall
antes de que le estiraran por las piernas.
Al menos peleaba alguien: los de dentro del despacho, pero tenía su lógica,
porque se jugaban la vida. La mayoría de los chavales que habían acudido corriendo
seguían en las mismas. Kurtz se planteó soltar la bota, coger la nueve milímetros y
cargarse a unos cuantos fugitivos (mejor dicho al máximo). ¿Por qué no, si aquello
era el sálvese quien pueda?
Por Underhill. He ahí el porqué. Owen Underhill tenía mucho que ver con aquella
cagada. Como que se llamaba Kurtz. Apestaba a cruzar la línea, que era la
especialidad de Owen Underhill.
Más disparos en el despacho de Gosselin… gritos de dolor… y alaridos finales de
victoria. Habían ocupado el objetivo, pese a ser una panda de memos que sólo sabían
de ordenadores, bebían Evian y comían ensaladitas. De un portazo, Kurtz se
desentendió del panorama y se apresuró a volver al dormitorio para llamar a Freddy
Johnson. Seguía con la bota en la mano.
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