Page 410 - El cazador de sueños
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ESTABLO  Y  LA  GENTE  DE  DENTRO,  Y  LA  ÚNICA  SALVACIÓN  ES  EL
           BOSQUE! ¡AHORA, AHORA!
               Como estaba sumergido en su imaginación, volando en alas de las pastillas que le

           había  dado  Owen  y  transmitiendo  con  todas  sus  fuerzas  (imágenes  de  salvación
           segura  en  tal  lugar  y  de  muerte  segura  en  tal  otro,  con  la  sencillez  de  un  libro
           infantil), sólo se dio cuenta muy remotamente de que había empezado a recitar en voz

           alta:
               —Ahora, ahora, ahora.
               Marsha Chiles se sumó a la letanía, seguida por su cuñado y después por Charles,

           el de la placa solar sexual repoblada.
               —¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!
               A pesar de que Darren era inmune al byrus, y no tenía, por lo tanto, más telepatía

           que un simple oso, no era inmune a la exaltación que se iba apoderando del establo, y
           también se sumó.

               —¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!
               Era  una  infección  transmitida  por  el  pánico,  más  contagiosa  que  el  byrus;  una
           infección que saltaba de persona en persona y de grupo en grupo.
               Vibraba el establo entero. Todos los puños se levantaban al mismo tiempo, como

           en un concierto de rock.
               —¡AHORA! ¡AHORA! ¡AHORA!

               Henry  dejó  que  se  apoderaran  de  la  letanía  y  la  nutrieran,  mientras,  sin  darse
           cuenta, levantaba el puño como los demás, extendiendo al máximo su brazo dolorido.
           Al mismo tiempo, se recordaba la necesidad de no quedar atrapado por el ciclón de la
           mente-masa por él creada: cuando ellos fueran hacia el norte, él iría hacia el sur. Se

           hallaba a la espera de que se alcanzara un punto crítico e irreversible, el de la ignición
           y la combustión espontánea.

               Llegó.
               —Ahora —susurró.
               Aglutinó las mentes de Marsha, Bill, Charlie… y, en segundo lugar, las de los que
           estaban más cerca, más comprometidos en la fusión. Las mezcló, las comprimió y,

           como  bala  de  plata,  disparó  una  palabra  a  los  cerebros  de  las  trescientas  setenta
           personas del establo de Gosselin:

               AHORA.
               Se produjo un momento de silencio absoluto, justo antes de que se abrieran las
           puertas del infierno.














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