Page 408 - El cazador de sueños
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Ocurrió a tonificante velocidad.
Henry notó que la mente de Bill ascendía al encuentro de la suya,
desprendiéndose de las pesadillas donde había estado enredada. Intentaba llegar hasta
él como alguien a punto de ahogarse y que ve que se acerca nadando un socorrista.
Los dos cerebros se conectaron como los enganches de dos vagones de mercancías.
«No hables —le dijo Henry—. No intentes decir nada. Limítate a sujetarme.
Necesitamos a Marsha y a Charles. Con nosotros cuatro debería haber bastante.»
«¿Qué…?
«No tenemos tiempo. Venga, Billy.»
Bill cogió la mano de su cuñada. Los ojos de Marsha se abrieron enseguida, como
si lo estuviera esperando, y Henry notó que todos los indicadores de su cabeza le
subían un grado más. Estaba menos contaminada que Bill, pero tal vez tuviera más
capacidad innata. Marsha cogió la mano de Charles sin hacer ninguna pregunta.
Henry tuvo la sensación de que ya lo entendía todo, tanto lo que ocurría como lo que
había que hacer. Por suerte, también captaba la necesidad de actuar deprisa. Primero
bombardearían a los demás, y a continuación les levantarían como un bate.
Charles se incorporó de golpe con los ojos muy abiertos, casi saliéndole de las
órbitas adiposas. Se levantó como si le hubiera metido mano alguien. Ya estaban los
cuatro de pie, cogiéndose las manos como en una sesión de espiritismo… y no se
trataba, pensó Henry, de algo muy diferente.
«Venga, todos hacia mí», le dijo.
Lo hicieron, y fue una sensación como de recibir una varita mágica en la mano.
«Escuchadme», dijo.
Se levantaron varias cabezas. Hubo gente muy dormida que se despertó tan
bruscamente como si estuviera electrizada.
«Escuchadme y dadme fuerza… ¡Mucha fuerza! ¿Me entendéis? ¡Dadme fuerza,
porque es vuestra única oportunidad! ¡ADELANTE, DADME FUERZA!»
Lo hicieron por puro instinto, como cuando se silba una canción o se acompaña
un ritmo con palmadas. Si les hubiera dado tiempo de pensárselo, probablemente
habría sido más difícil, por no decir imposible, pero no se lo dio. La mayoría dormía,
y pilló a los infectados, los telépatas, con el cerebro completamente disponible.
Henry, que también seguía su instinto, transmitió una serie de imágenes: soldados
con máscaras rodeando el establo, la mayoría con armas de fuego y algunos con
mochilas conectadas a palos largos. Las caras de los soldados las convirtió en
caricaturas crueles, como las de los periódicos. Siguiendo una orden amplificada, los
palos soltaban chorros de fuego líquido: napalm. El fuego prendía enseguida en los
laterales y el techo del establo.
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