Page 407 - El cazador de sueños
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músicos  con  graves  carencias  de  talento  tocando  la  tuba  y  el  saxofón.  En  otras
           circunstancias habría sido gracioso… y podía serlo incluso en aquellas, siempre que
           no  se  hubiera  visto  aquella  especie  de  comadreja  retorciéndose  en  la  cama

           ensangrentada de Jonesy.
               ¿Cuántos la estarán incubando?, se preguntó Henry. Sospechó que la respuesta no
           tenía importancia, porque a la larga las comadrejas eran inofensivas. Quizá el establo

           les diera la oportunidad de sobrevivir fuera de sus huéspedes, pero a merced de la
           tormenta,  con  viento  huracanado  y  una  sensación  de  frío  bajo  cero,  no  tendrían
           ninguna.

               Tenía que hablar con aquella gente…
               No, mal dicho. Lo que tenía que hacer era pegarles un susto de muerte. Había que
           ponerles  en  movimiento,  a  pesar  del  calor  de  dentro  y  el  frío  de  fuera.  El  establo

           había contenido vacas, y volvía a contenerlas. Era necesario volver a convertirlas en
           personas,  en  personas  asustadas  y  furiosas.  Sólo  podría  conseguirlo  con  ayuda,  y

           pasaban los segundos. Owen Underhill le había concedido media hora. Henry calculó
           que ya había transcurrido una tercera parte.
               Necesito un megáfono, pensó. Es el primer paso.
               Miró alrededor, se fijó en un hombre grueso y calvo que dormía de costado a la

           izquierda de la puerta que llevaba a la sala de ordeño, y se acercó a él para verle
           mejor.  Le  pareció  que  era  uno  de  los  que  había  expulsado  del  cobertizo,  pero  no

           estaba seguro. Tratándose de cazadores, corpulencia, calvicie y sexo masculino eran
           moneda corriente.
               Sin  embargo,  se  trataba  de  Charles,  y  el  byrus  le  estaba  repoblando  lo  que  el
           bueno  de  Charlie  debía  de  llamar  «mi  placa  solar  sexual».  Teniendo  encima  este

           pringue, pensó Henry, ¿qué falta hace un crecepelo? Y se sonrió.
               Charles  le  iba  de  perlas,  pero  no  tanto  como  Marsha,  que  dormía  al  lado

           cogiéndole las manos a Darren, el de los maxiporros. Ahora Marsha tenía byrus en
           una  de  sus  mejillas  de  melocotón.  Su  marido  se  mantenía  limpio,  pero  su  cuñado
           (¿podía ser que se llamara Bill?) estaba infestado.
               Se arrodilló junto a Bill, le tomó una mano manchada de byrus y penetró en la

           selva intrincada de sus pesadillas.
               «Despierta, Bill. Venga, arriba, que tenemos que salir de aquí. Podemos, pero sólo

           si me ayudas. Despierta, Bill.» «Despierta y sé un héroe.»


















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