Page 416 - El cazador de sueños
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Estando Cambry de rodillas detrás del escritorio de Gosselin, irrumpió la primera
oleada de prisioneros. Cambry se dedicaba a abrir cajones, buscando como loco una
pistola. El hecho de que no encontrara ninguna bien pudo ser el motivo de que
salvara la vida.
—¡AHORA! ¡AHORA! ¡AHORA! —berreaban cada vez más cerca los
prisioneros.
Al fondo de la tienda se produjo un impacto descomunal, como si hubiera
chocado un camión con la pared. Se oyó un chisporroteo en el exterior, el de los
primeros reclusos chocando con la alambrada. Empezaron a parpadear las luces del
despacho.
—¡No os separéis! —exclamó Danny O'Brian—. ¡Por amor de Dios, no os
sepa…!
La puerta trasera saltó de sus goznes con tal ímpetu que recorrió una parte de la
sala, sirviéndole de escudo al primero de los vociferantes intrusos que obstruían la
entrada. Cambry se agachó con las dos manos en la nuca, al mismo tiempo que la
puerta chocaba de lado con el escritorio, pillándole debajo.
En la estrechez de la sala, el ruido de fusiles en posición de disparo automático
resultaba tan ensordecedor que ni siquiera se oían los gritos de los heridos. Cambry,
sin embargo, se dio cuenta de que no disparaban todos. Trezewski, Udall y O'Brian sí,
pero Coleman, Everett y Ray Parsons se limitaban a aguantar el arma contra el pecho
con expresión aturdida.
Desde su refugio accidental, Gene Cambry presenció la embestida de los presos,
vio caer a los primeros como espantapájaros bajo el impacto de las balas, y les vio
salpicar de sangre las paredes, los carteles publicitarios y los avisos de las autoridades
sanitarias. Vio que George Udall les arrojaba el arma a dos tíos jóvenes y cachas con
ropa naranja, giraba sobre sus talones y corría hacia una de las ventanas. Le estiraron
hacia dentro cuando ya había sacado medio cuerpo. Un hombre que tenía en la
mejilla una mancha de Ripley que parecía de nacimiento le clavó los dientes en la
pantorrilla como si fuera un muslo de pavo, mientras otro, en el otro extremo del
cuerpo de George, silenciaba los gritos de la cabeza torciéndola a la izquierda. El
humo azul de la pólvora llenaba toda la sala, pero Cambry reconoció a Al Coleman y
vio que arrojaba el fusil al suelo y se sumaba al cántico: «¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!»
También vio que Ray Parsons, que siempre había destacado por pacífico, apuntaba a
Danny O'Brian y le volaba la cabeza.
Ahora era todo muy fácil. Ahora se reducía a una lucha entre contagiados e
inmunes.
Un golpe en la mesa, que chocó con la pared. A Cambry se le cayó la puerta
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