Page 418 - El cazador de sueños
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           Cuando llevaba recorridas tres cuartas partes del cercado, Henry hizo una pausa para
           respirar,  llevándose  la  mano  al  martilleo  del  pecho.  Dejaba  a  sus  espaldas  el

           apocalípsis de bolsillo que había desencadenado él. Delante sólo veía oscuridad. El
           cabrón de Underhill le había dejado en la estacada, y ahora…
               «Tranquilo tío.»

               Se  encendió  dos  veces  una  luz.  Henry,  sencillamente,  había  mirado  en  la
           dirección equivocada. Owen estaba aparcado un poco a la izquierda de la esquina

           sudoeste del cercado. Henry distinguió con nitidez el contorno anguloso del Sno-Cat.
           Detrás se oían gritos, órdenes, disparos… De estos últimos había previsto más, pero
           ya tendría tiempo de extrañarse.
               «¡Date prisa! —exclamó Owen—. ¡Tenemos que salir de aquí!»

               «No puedo correr más. Espera.»
               Henry reemprendió la marcha. Ahora que empezaba a declinar el efecto de las

           pastillas  de  Owen,  se  sentía  el  corazón  pesado.  Le  picaba  una  barbaridad  tanto  el
           muslo como la boca. Sentía crecer el moho en la lengua. Era como el burbujeo de un
           refresco, pero duradero.
               Owen  había  cortado  la  alambrada,  tanto  la  parte  de  púas  como  la  lisa.  Ahora

           estaba de pie delante del Sno-Cat (como era blanco y se confundía con la nieve, no
           tenía nada de raro que no lo hubiera visto Henry), con un rifle automático apoyado en

           la  cadera  y  procurando  mirar  al  mismo  tiempo  en  todas  las  direcciones.  La
           abundancia de focos le daba media docena de sombras, que irradiaban de sus botas
           como extravagantes manecillas de reloj.
               Owen cogió a Henry por los hombros.

               «¿Estás bien?»
               Henry asintió con la cabeza. Cuando Owen empezaba a conducirle en dirección al

           vehículo,  se  produjo  una  explosión  fuerte  y  aguda,  como  si  acabara  de  disparar
           alguien la escopeta más grande del mundo. Henry agachó la cabeza y se enredó los
           pies. Sin la ayuda de Owen, se habría caído.

               «¿Qué…?»
               «Gas de petróleo licuado, y puede que también gasolina. Mira.»
               Owen le puso las manos en los hombros y le hizo girar. Henry vio destacarse en la

           nevada  nocturna  una  columna  muy  alta  de  fuego.  Volaban  pedazos  de  tienda
           (planchas,  tejas  de  madera,  cajas  de  galletas  ardiendo,  rollos  de  papel  de  váter
           incendiados…).  El  espectáculo  tenía  fascinados  a  cierto  número  de  soldados,  en

           contraste con otros que corrían hacia el bosque. Henry supuso que en persecución de
           los  presos,  a  pesar  de  que  oía  en  su  cabeza  el  pánico  de  los  soldados  («¡Corred!
           ¡Corred!  ¡Ahora!  ¡Ahora!»)  sin  darle  del  todo  crédito.  Más  tarde,  cuando  tuviera



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