Page 473 - El cazador de sueños
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Owen Underhill está de pie en la cuesta, muy cerca del tubo que sobresale de los
hierbajos, viéndoles ayudar a salir a la niña con barro en la ropa y miedo en los ojos
(Josie). Ve que Duddits (un joven corpulento con hombros de jugador de fútbol
americano y un pelo rubio, como de estrella de cine, que desentona con el resto) la
levanta con un fuerte abrazo y le da besos sonoros en la cara sucia. Luego oye las
primeras palabras de la chica:
—Quiero ir con mi mamá.
Los chicos consideran que está bien. No avisan a la policía ni a una ambulancia.
Sólo la ayudan a subir por la cuesta, meterse por el agujero de la valla y cruzar el
parque (donde ya no están las jugadoras de amarillo, sino otras de verde que se fijan
tan poco como la entrenadora en los chicos y la criatura sucia y despeinada a quien
han rescatado). Después la acompañan por Kansas Street hasta Maple Street. Saben
dónde está la mamá de Josie. Y su papá.
Los Rinkenhauer no están solos. Al volver, los chicos se encuentran con que hay
toda una hilera de coches aparcados en la manzana de la casa de los Cavell. La idea
de avisar a los padres de los amigos y compañeros de clase de Josie ha sido de
Roberta. Propone buscarla cada uno por su lado, y pegar los carteles por toda la
ciudad, no en puntos escondidos y apartados (que en Derry es donde tienden a
aparecer esa clase de avisos), sino donde no haya más remedio que verlos. El
entusiasmo de Roberta es suficiente para alumbrar una chispa de esperanza en los
ojos de Ellen y Héctor Rinkenhauer.
Los otros padres también responden, como si hubieran estado esperando que se lo
pidiesen. Las llamadas han empezado poco después de salir por la puerta Duddits y
sus amigos (ha supuesto Roberta que para jugar, porque aún está la tartana de Henry
en el camino de entrada). Para cuando vuelven los chicos, en el salón de los Cavell ya
se apretujan casi dos docenas de personas tomando café y fumando. En ese momento
tiene la palabra un hombre que a Henry le suena, un tal Phil Bocklin, abogado. A
veces juega con Duddits su hijo Kendall, que también tiene síndrome de Down; majo,
pero no es como Duds. Claro que como Duds no hay nadie.
Los chicos están en la puerta del salón acompañados por Josie, que ya vuelve a
llevar su bolso con los BarbieKen dentro. Hasta tiene la cara casi limpia, porque
Beaver, al ver tantos coches, se la ha adecentado un poco antes de entrar con su
pañuelo. («La verdad es que me ha dado una sensación un poco rara —reconoce más
tarde, cuando ya ha pasado todo el follón—. Eso de limpiarle la cara a una tía con
cuerpo de modelo de Playboy y cerebro más o menos de regadera…») Al principio
sólo les ve el señor Bocklin, que no debe de haberles reconocido, porque sigue
hablando como si nada.
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