Page 605 - El cazador de sueños
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¿Qué había dicho Jonesy? Algo sobre salvar el mundo y recibir el pago habitual.
           En el fondo no era tan grave. Jesús había tardado seis horas, se habían burlado de él
           poniéndole un letrero en la cabeza, y a la hora del cóctel le habían dado vinagre con

           agua en vaso grande.
               Estaba medio dentro medio fuera del sendero nevado, percibiendo con vaguedad
           que gritaba algo, y que no era él. Parecía un pajarraco muy grande y enfadado.

               Es un águila, pensó.
               Consiguió  respirar,  y,  aunque  lo  espirado  fuera  más  sangre  que  aire,  pudo
           apoyarse en los codos. Entonces vio aparecer dos siluetas humanas entre los abedules

           y los arces, agachados y acercándose como en combate. Uno era bajo y ancho de
           hombros, y el otro delgado, con el pelo gris y semblante alegre. Johnson y Kurtz. El
           bulldog y el galgo. Al final se le había acabado la suerte. Siempre se acababa.

               Kurtz  se  arrodilló  junto  a  él  con  los  ojos  brillantes.  Tenía  en  una  mano  un
           triángulo de papel de periódico, gastado y un poco curvado por su larga estancia en el

           bolsillo trasero, pero que seguía reconociéndose. Era un sombrero de loco.
               —Mala pata, chaval —dijo.
               Owen asintió. Mala pata, en efecto; malísima.
               —Ya veo que has tenido tiempo de hacerme un detallito.

               —Pues sí. ¿Al menos has conseguido tu objetivo principal?
               Kurtz señaló la caseta con un movimiento de la barbilla.

               —Sí, le he pillado —logró decir Owen.
               Tenía la boca llena de sangre. La escupió e intentó respirar otra vez, pero oyó que
           le salía casi todo el aire por un agujero nuevo.
               —Ah —dijo Kurtz con benevolencia—, pues entonces es lo que se llama un final

           feliz, ¿no?
               Colocó tiernamente el sombrero en la cabeza de Owen. Lo empapó enseguida la

           sangre, que enrojeció el artículo sobre ovnis.
               Llegó otro chillido de la zona del embalse, quizá de alguna de las islas que en
           realidad eran montañas saliendo de un paisaje inundado a propósito.
               —Es  un  águila  —dijo  Kurtz,  dándole  a  Owen  palmadas  en  el  hombro—.

           Considérate afortunado, chaval. Dios te envía un pájaro de guerra para cantarte el…
               La  cabeza  de  Kurtz  se  convirtió  en  una  explosión  de  sangre,  sesos  y  huesos.

           Owen vio una expresión final en los ojos azules y de pestañas blancas: sorpresa e
           incredulidad. Kurtz se quedó de rodillas, hasta que se cayó de cara (o resto de cara)
           en la nieve. Detrás estaba Freddy Johnson con la carabina levantada, sacando humo

           por el cañón.
               «Freddy», intentó decir Owen. No le salió ningún sonido, pero Freddy debía de
           haberle leído los labios, porque asintió.

               —No quería matarle, pero el muy hijo de puta me habría matado a mí. No hacía




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