Page 603 - El cazador de sueños
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           Las palabras que llenaron la cabeza de Owen Underhill tenían poco sentido pero una
           gran nitidez: era la canción de Scooby-Doo. «Scooby-Doo, ¿dónde estás? Tenemos

           trabajo.»
               La  carabina  se  levantó.  No  había  sido  cosa  suya,  pero,  cuando  le  abandonó  la
           fuerza que había movido el rifle, Owen pudo tomar el relevo sin sobresaltos. Cambió

           al modo de disparo sin ráfaga, apuntó y presionó dos veces el gatillo. La primera
           bala,  que  falló,  rebotó  en  el  suelo  delante  de  la  comadreja.  Saltaron  trozos  de

           cemento. La cosa retrocedió, dio media vuelta, vio a Owen y le enseñó unos dientes
           como agujas.
               —¡Muy bien, guapo! —dijo Owen—. ¡Sonríe a la cámara!
               El segundo disparo atravesó de lleno la mueca del bicho, que no era precisamente

           una sonrisa. La cosa salió despedida hacia atrás, chocó con la pared de la caseta y se
           cayó al cemento. Sin embargo, la pérdida de su cabeza rudimentaria no entrañaba la

           de  sus  instintos.  Empezó  a  deslizarse  de  nuevo,  lentamente.  Owen  disparó,  y  al
           centrar la mira pensó en los Rapeloew, Dick e Irene. Buena gente. Buenos vecinos. Si
           hacía falta un poco de azúcar o leche (o, por qué no, consuelo), siempre quedaba el
           recurso de la casa de al lado.

               El disparo, por lo tanto, estaba dedicado a los Rapeloew. Y al niño que no había
           sabido corresponderles.

               Disparó por tercera vez. La bala pilló al byrum por el centro y lo partió en dos.
           Los trozos chirriaron… chirriaron… y se quedaron quietos.
               A continuación, Owen trazó un breve arco con la carabina, y esta vez apuntó a
           Gary Jones en la frente.

               Jonesy le miró sin pestañear. Owen estaba cansado (tanto que se sentía morir),
           pero  aquel  individuo  parecía  haber  dado  varios  pasos  más  en  la  escala  del

           agotamiento. Jonesy levantó las manos abiertas.
               —No  tiene  por  qué  creérselo  —dijo—,  pero  el  señor  Gray  está  muerto.  Le  he
           cortado  el  cuello  mientras  Henry  le  ponía  una  almohada  en  la  cara.  Parecía  una

           escena de El padrino.
               —Ya  —dijo  Owen  con  ausencia  completa  de  entonación—.  ¿Y  dónde  se  ha
           celebrado la ejecución?

               —En un Hospital General de Massachusetts mental —dijo Jonesy, y profirió la
           risa  menos  alegre  que  había  oído  Owen  en  toda  su  vida—.  Uno  donde  se  pasean
           ciervos por los pasillos y el único programa de la tele es una película antigua que se

           llama Sympathy for the Devil.
               Al oír esto último, Owen se sobresaltó un poco.
               —Si  tiene  que  disparar,  dispare.  He  salvado  el  mundo,  aunque  reconozco  que



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