Page 601 - El cazador de sueños
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           Henry, aturdido, se incorporó en el asiento trasero del Humvee. Tenía algo en el pelo.
           Se lo tocó sin haberse sacudido el sueño del hospital (que no ha sido ningún sueño,

           pensó). Entonces un dolor agudo le devolvió a algo parecido a la realidad. Era cristal.
           Tenía el pelo lleno de cristales. En el asiento había una capa entera. En el asiento y en
           Duddits.

               —¿Dud?
               No,  claro,  no  servía  de  nada.  Duddits  estaba  muerto.  Tenía  que  estar  muerto.

           Había  gastado  la  poca  energía  que  le  quedaba  en  reunir  a  Jonesy  y  Henry  en  la
           habitación de hospital.
               Sin embargo, Duddits gimió. Abrió los ojos y Henry, al verlos, volvió del todo a
           aquel  final  de  carretera  nevada.  Los  ojos  de  Duddits  estaban  rojos,  inyectados  en

           sangre; ojos muy abiertos, de sibila.
               —¡Cubi! —exclamó, levantando las dos manos y esbozando un gesto como de

           sostener un fusil—. ¡Cubidú! ¡Tenemo tabajo!
               Lejos, en el bosque, contestaron dos disparos de fusil. Después una pausa, y el
           tercero.
               —¿Dud? —susurró Henry—. ¿Duddits?

               Duddits le vio. A pesar de la sangre que tenía en los ojos, Duddits le vio. Para
           Henry fue algo más que una sensación. Por un momento llegó a verse a través de los

           ojos de Duddits. Era como mirar un espejo mágico. Vio al Henry de otros tiempos: un
           chaval mirando el mundo por unas gafas de concha que eran demasiado grandes para
           su cara y siempre se le caían por la nariz. Sintió el amor que le tenía Duddits, una
           emoción sencilla, sin ninguna mancha de duda o egoísmo. Ni siquiera de ingratitud.

           Cogió en brazos a Duddits, y, al constatar la ligereza del cuerpo de su viejo amigo, se
           puso a llorar.

               —Has sido un tío con mucha suerte —dijo, pensando que ojalá estuviera Beaver,
           que podría haber hecho lo que él no podía. Beav podría haber dormido a Duddits con
           una nana. Sí, yo creo que sí.

               —Eni —dijo Duddits, tocándole a Henry la mejilla con una mano. Sonreía, y sus
           últimas palabras fueron clarísimas— : Te quiero, Henry.



















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