Page 596 - El cazador de sueños
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El mando a distancia del televisor, un rectángulo de plástico negro cubierto de byrus,
está en la mesita de noche del señor Gray. Jonesy lo coge y dice con una voz que se
parece más de lo normal a la de Beaver:
«A la mierda.»
Y lo estampa con todas sus fuerzas en el borde de la mesita, como si cascara un
huevo duro. El mando se rompe, se caen las pilas al suelo y Jonesy se queda con un
palo puntiagudo de plástico. Entonces mete la mano debajo de la almohada que
aprieta Henry en la cara de la cosa, y duda un poco, acordándose de su primer
encuentro con el señor Gray (primero y único): el pomo suelto en la mano, después
de romperse la vara de metal. La sensación de oscuridad, al proyectarse sobre él la
sombra del ser. Entonces era de verdad, como las rosas o la lluvia. Jonesy se había
girado y le había visto; «le», «lo» o lo que fuera el señor Gray antes de convertirse en
señor Gray. De pie en medio de la sala grande. Como en la tira de películas y
documentales de «enigmas sin explicar», pero viejo. Y enfermo. Entonces ya estaba
para que lo ingresasen en la Unidad de Cuidados Intensivos. Y había dicho «Marcy»,
como sacando la palabra del cerebro de Jonesy. Como con sacacorchos. Haciendo el
agujero para entrar. Entonces había explotado como un petardo, pero con byrus en
lugar de confeti, y…
… y el resto me lo he imaginado yo. Es eso, ¿no? Otro caso de esquizofrenia
intergaláctica. En el fondo ha sido eso.
«¡Jonesy! —grita Henry—. ¡Si piensas hacerlo, que sea ya!»
Váyase preparando, señor Gray, piensa Jonesy, que la venganza…
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