Page 610 - El cazador de sueños
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Henry estaba torcido en el asiento trasero del otro Humvee, viendo que el ocupante
del vehículo que estaba aparcado detrás forcejeaba al volante. Se alegraba tanto de la
cortina de nieve como del chorro de sangre que chocó con el parabrisas del otro
Humvee, empeorando la visión.
Veía de sobra.
Al final, la silueta del asiento del conductor quedó inmóvil y cayó de costado.
Entonces se alzó sobre ella un bulto oscuro, como en postura triunfal, y Henry lo
reconoció. Había visto lo mismo en la cama de Jonesy, en Hole in the Wall. Lo que se
veía claramente era que el Humvee que les había perseguido tenía rota una ventanilla.
Henry dudaba que la cosa destacara por su inteligencia, pero ¿cuánta le haría falta
para detectar el aire frío?
No les gusta el frío, pensó. Las mata.
En efecto, pero Henry no tenía ninguna intención de conformarse con ello. El
motivo no se reducía a la proximidad del embalse, cuyo oleaje llegaba a sus oídos.
Algo había contraído una deuda elevadísima, y sólo quedaba él para entregar la
cuenta. La venganza es muy puta, como tantas veces observara Jonesy, y había
llegado la hora de vengarse.
Miró por encima del respaldo de delante. No había armas. Se inclinó un poco más
y abrió la guantera. Sólo contenía facturas, recibos de gasolina y un libro de bolsillo
hecho polvo, Cómo ser tu propio mejor amigo.
Henry abrió la puerta, salió… y le resbalaron los pies. Se cayó de culo con todo
su peso, y le rascó la espalda el guardabarros del Humvee, que era muy alto. Fóllame,
Freddy. Se levantó, volvió a resbalar, cogió la puerta abierta y consiguió no caerse.
Arrastrando los pies, caminó hacia la parte trasera del vehículo a bordo del cual había
llegado, sin quitarle ojo al otro idéntico que estaba aparcado detrás. Seguía viendo la
cosa de dentro merendándose al conductor con gran aparato de movimientos.
—Quédate donde estás, guapísimo —dijo Henry. Entonces se echó a reír. Era una
risa de loco, pero le dio rienda suelta—. Pon unos cuantos huevos y te los hago fritos,
que soy un experto. ¿Quieres que te preste Cómo ser tu propio mejor amigo? Tengo
un ejemplar.
Ahora se reía tanto que casi no podía hablar, mientras movía los pies por la nieve
traicionera como un niño recién salido del colegio, yendo hacia la cuesta más cercana
para bajar en trineo. Mientras tanto, procuraba no soltar el lateral del Humvee… claro
que, después de las puertas, no había nada que coger ni que soltar. La cosa seguía
moviéndose… hasta que de repente ya no la vio. Malo. ¿Dónde coño se había
metido? En las pelis chorras de Jonesy, pensó Henry, es cuando empieza la música de
miedo. El ataque de las comadrejas asesinas. La idea volvió a hacerle reír.
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