Page 610 - El cazador de sueños
P. 610

32




           Henry estaba torcido en el asiento trasero del otro Humvee, viendo que el ocupante
           del vehículo que estaba aparcado detrás forcejeaba al volante. Se alegraba tanto de la

           cortina  de  nieve  como  del  chorro  de  sangre  que  chocó  con  el  parabrisas  del  otro
           Humvee, empeorando la visión.
               Veía de sobra.

               Al final, la silueta del asiento del conductor quedó inmóvil y cayó de costado.
           Entonces se alzó sobre ella un bulto oscuro, como en postura triunfal, y Henry lo

           reconoció. Había visto lo mismo en la cama de Jonesy, en Hole in the Wall. Lo que se
           veía claramente era que el Humvee que les había perseguido tenía rota una ventanilla.
           Henry dudaba que la cosa destacara por su inteligencia, pero ¿cuánta le haría falta
           para detectar el aire frío?

               No les gusta el frío, pensó. Las mata.
               En  efecto,  pero  Henry  no  tenía  ninguna  intención  de  conformarse  con  ello.  El

           motivo no se reducía a la proximidad del embalse, cuyo oleaje llegaba a sus oídos.
           Algo  había  contraído  una  deuda  elevadísima,  y  sólo  quedaba  él  para  entregar  la
           cuenta.  La  venganza  es  muy  puta,  como  tantas  veces  observara  Jonesy,  y  había
           llegado la hora de vengarse.

               Miró por encima del respaldo de delante. No había armas. Se inclinó un poco más
           y abrió la guantera. Sólo contenía facturas, recibos de gasolina y un libro de bolsillo

           hecho polvo, Cómo ser tu propio mejor amigo.
               Henry abrió la puerta, salió… y le resbalaron los pies. Se cayó de culo con todo
           su peso, y le rascó la espalda el guardabarros del Humvee, que era muy alto. Fóllame,
           Freddy. Se levantó, volvió a resbalar, cogió la puerta abierta y consiguió no caerse.

           Arrastrando los pies, caminó hacia la parte trasera del vehículo a bordo del cual había
           llegado, sin quitarle ojo al otro idéntico que estaba aparcado detrás. Seguía viendo la

           cosa de dentro merendándose al conductor con gran aparato de movimientos.
               —Quédate donde estás, guapísimo —dijo Henry. Entonces se echó a reír. Era una
           risa de loco, pero le dio rienda suelta—. Pon unos cuantos huevos y te los hago fritos,

           que soy un experto. ¿Quieres que te preste Cómo ser tu propio mejor amigo? Tengo
           un ejemplar.
               Ahora se reía tanto que casi no podía hablar, mientras movía los pies por la nieve

           traicionera como un niño recién salido del colegio, yendo hacia la cuesta más cercana
           para bajar en trineo. Mientras tanto, procuraba no soltar el lateral del Humvee… claro
           que, después de las puertas, no había nada que coger ni que soltar. La cosa seguía

           moviéndose…  hasta  que  de  repente  ya  no  la  vio.  Malo.  ¿Dónde  coño  se  había
           metido? En las pelis chorras de Jonesy, pensó Henry, es cuando empieza la música de
           miedo. El ataque de las comadrejas asesinas. La idea volvió a hacerle reír.



                                        www.lectulandia.com - Página 610
   605   606   607   608   609   610   611   612   613   614   615