Page 620 - El cazador de sueños
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Jonesy le observaba con fascinación.
               —No sé decirte si es exaltante u horrible.
               —Tampoco importa.

               Jonesy se lo pensó y preguntó:
               —Si  somos  Duddits,  ¿quién  nos  canta?  ¿Quién  canta  la  nana,  y  nos  ayuda  a
           dormir cuando pasamos pena y miedo?

               —Ah, eso sigue haciéndolo Dios —dijo Henry.
               Tuvo ganas de darse una patada. Tanto decirse que no lo soltaría, y ahí estaba.
               —¿Y Dios evitó que la última comadreja se metiera en el tubo 12? Porque si llega

           a entrar en el agua, Henry…
               Técnicamente, la última comadreja había sido la incubada dentro de Perlmutter,
           pero no tenía sentido ser tan tiquismiquis ni dilucidar bizantinismos.

               —No te niego que hubiera sido un problema; durante unos años Boston habría
           pensado  bastante  menos  en  si  hay  que  derruir  el  estadio  de  Fenway  Park.  Pero

           ¿destruirnos? Lo dudo. Para ellos éramos algo nuevo. El señor Gray lo sabía. Las
           grabaciones que te hicieron bajo hipnosis…
               —Ni las menciones.
               Jonesy  había  oído  dos,  y  lo  consideraba  el  mayor  error  de  su  estancia  en

           Wyoming.  Oírse  a  sí  mismo  hablando  como  señor  Gray  (sometido  a  una  hipnosis
           profunda  para  «convertirse»  en  el  señor  Gray)  había  sido  como  oír  a  un  fantasma

           maligno. Había ocasiones en que se consideraba la única persona de todo el planeta
           con  una  comprensión  real  de  lo  que  era  ser  violado.  Algunas  cosas  era  mejor
           olvidarlas.
               —Perdona.

               Jonesy  hizo  un  gesto  con  la  mano  para  quitarle  importancia,  aunque  había
           palidecido bastante.

               —Lo  único  que  digo  es  que,  en  mayor  o  menor  medida,  la  que  vive  en  el
           atrapasueños es toda nuestra especie. Suena fatal, a trascendentalismo cutre, a hueco,
           pero es que para esta parte tampoco tenemos palabras. Puede que a la larga tengamos
           que  inventarnos  alguna,  pero  de  momento  habrá  que  conformarse  con

           «atrapasueños».
               Henry giró el torso, al igual que Jonesy, que movió un poco a Noel. Encima de la

           puerta  de  la  cabaña  había  un  atrapasueños  colgando.  Lo  había  traído  Henry  como
           regalo, y Jonesy lo había colgado enseguida, como un campesino católico clavando
           un crucifijo en la puerta de su casa en época de vampiros.

               —Quizá les atrajeras tú —dijo Henry—. O nosotros. Como cuando las flores se
           orientan  hacia  el  sol,  o  como  cuando  se  ponen  en  fila  las  limaduras  de  hierro
           sintiendo la atracción del imán. No podemos saberlo del todo, por lo diferente que es

           de nosotros el byrum.




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