Page 619 - El cazador de sueños
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perdía Pete. En su caso Duddits, siempre contaba al revés, sin que le diéramos más
           importancia. Debimos de pensar que era casualidad, pero ahora, con todo lo que sé,
           tiendo a dudarlo.

               —¿Tú crees que hasta Duddits sabía que la venganza es muy puta?
               —Lo aprendió de nosotros, Jonesy.
               —Duddits le dio al señor Gray algo en que apoyar el pie. O la mente.

               —Sí, pero también te dio a ti un refugio para esconderte del señor Gray. Que no
           se te olvide.
               No, Jonesy pensó que jamás se le olvidaría.

               —Por  nuestro  lado  empezó  todo  con  Duddits  —dijo  Henry—.  Desde  que  le
           conocimos hemos sido raros. Ya lo sabes, Jonesy. Lo de Richie Grenadeau sólo fue lo
           que destacaba más, pero seguro que si repasas tu vida encontrarás más cosas.

               —Defuniak —murmuró Jonesy.
               —¿Quién?

               —El chaval que pillé copiando justo antes de mi accidente. El día del examen yo
           no estaba, pero le pillé.
               —¿Ves? Pero al final, el círculo de ese hijo de puta gris lo rompió Duddits. Y te
           digo  otra  cosa:  me  parece  que,  estando  al  final  de  East  Street,  me  salvó  la  vida

           Duddits. Veo muy posible que cuando el ayudante de Kurtz nos vio en la parte trasera
           del Humvee (me refiero a la primera vez) tuviera a Duddits en la cabeza diciéndole:

           «Tranqui, tío, tú a lo tuyo, que están muertos.»
               Jonesy, sin embargo, seguía con la idea de antes.
               —¿Y tenemos que creernos que el hecho de que el byrum conectara con nosotros,
           habiendo tanta gente en el mundo, fue puramente aleatorio? Porque es lo que creía

           Gerritsen. No lo dijo, pero se notaba en su enfoque.
               —¿Por qué no? Hay científicos, gente tan brillante como Stephen Jay Gould, que

           están convencidos de que si existe nuestra especie es por una serie de coincidencias
           todavía más larga e improbable.
               —¿Y tú lo crees?
               Henry levantó las manos. Le costaba encontrar una respuesta sin invocar a Dios,

           que  en  los  últimos  meses,  sigiloso,  había  vuelto  a  entrar  en  su  vida,  como  por  la
           puerta trasera y en el silencio de muchas noches de insomnio. Pero ¿de veras había

           que invocar al deus ex machina de toda la vida para encontrarle sentido a la cuestión?
               —Lo que creo, Jonesy, es que Duddits es nosotros. L'enfant c'est moi… toi… tout
           le monde. Raza, especie, género; juego, set y partido. Nuestra suma es Duddits, y

           nuestras aspiraciones más nobles, juntas, no pasan de saber dónde está la fiambrera
           amarilla y aprender a ponernos bien los zapatos. Qué adegla, adegla tatilla. En un
           sentido cósmico, nuestras emociones más malvadas se reducen a alguien contando al

           revés los puntos del otro y haciéndose el tonto.




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