Page 99 - El cazador de sueños
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—¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué?
—Es que has temblado.
—¿Yo?
Como si no lo supiera.
—Sí.
—Será que hay corriente. ¿Hueles algo?
—¿A qué? ¿A… él?
—No me refería a los sobacos de Meg Ryan. Sí, a él. —No —dijo Beaver—. Un
par de veces me ha parecido que… pero me lo imaginaba. Porque los pedos… —…
olían fatal.
—¡Anda que no! Y los eructos. Yo ya pensaba que iba a echar las papas. Fijo.
Jonesy asintió, pensando: tengo miedo. Aquí en medio de una tormenta de nieve,
y más cagado que la hostia. ¡Que venga Henry, joder!
—Jonesy…
—¿Qué? ¿Jugamos o no?
—Sí, hombre, sí, pero es que… ¿Tú crees que a Henry y Pete no les ha pasado
nada?
—¿Cómo coño quieres que lo sepa?
—¿No lo… no lo notas? ¿No ves…?
—Lo único que veo es tu cara. Beav suspiró.
—Pero ¿tú crees que están bien?
—Pues sí. —A pesar de lo dicho, miró de reojo el reloj (ahora eran las once y
media) y la puerta cerrada del dormitorio que ocupaba McCarthy. En medio de la sala
oscilaba el atrapasueños, girando lentamente a merced de alguna corriente de aire—.
Lo que pasa es que van lentos. Deben de estar al caer. Venga, juega.
—Vale. Ocho.
—Quince por dos.
—Me cago en… —Beaver se puso un palillo en la boca—. Veinticinco.
—Treinta.
—¡Voy!
—Uno por dos.
—¡Qué uno por dos ni qué hostias en vinagre! —Beaver profirió una risita
exasperada, mientras Jonesy doblaba la esquina de la tercera calle—. Cada vez que
repartes me metes las clavijas por el culo.
—Como cuando repartes tú —dijo Jonesy—. La verdad duele. Venga, que te toca.
—Nueve.
—Dieciséis.
—Y uno por la última carta —dijo Beav, como si hubiera obtenido una victoria
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