Page 63 - Relatos y ocurrencias de un pueblo, ALTAGRACIA.
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Relatos y ocurrencias de un pueblo, ALTAGRACIA. | F. V. R.



                         -Entonces, claro, si Che Loreto es hijo de Eduvigis, lógicamente es primo mío, ya

                  que Francisca Antonia fue la mamá de Eduvigis González, y mi abuela Casta también era
                  hija de Francisca Antonia, apuntó Ramón, ya casi para emprender su viaje de retirada hacia

                  Antolín del Campo, donde tiene fijada su residencia junto a su esposa Ramelis Velásquez  y
                  su menor hijo Daniel.


                         Ramón  exige  otro  “pecorito”  de  Ron  Chelía  antes  de  despedirse  de  aquel  ameno

                  grupo que ese día sábado de un mes de septiembre lo interpelara en plena plaza pública,
                  pero le advierten que estaban a la espera de Rafael el de Chucho que había salido a tratar de

                  exprimir la “garrafa” en su casa allá en Caranta y a ver si Ana, su mujer, no se la había
                  escondido, argumentó Monchito el de Isabel, jocosamente.


                         Ramón Ordaz, en virtud de que Rafael no recalaba con el ansiado roncito, decide

                  emprender su viaje por la carretera de Manzanillo.


                         Y ya, frente al mirador de Constanza lo sorprende un profundo pensamiento, casi un
                  monólogo interior, toda una meditación, y concluye: -Son cosas del pueblo… Altagracia,

                  mi terruño natal, un gran pueblo, ese cielo abierto en el Valle de Arimacoa, donde el rumor
                  del mar entra desde Las Arenas y Playa Caribe. Altagracia, mi pueblo, donde el pan y el

                  café doméstico dejan olores irrenunciables. Y más adelante, Ramón prosigue: Altagracia,

                  mi  terruño,  un  gran  pueblo,  ojalá  nunca  pierda  esa  pureza  de  pueblo  insular,  sabiendo
                  resistir  el  asedio  de  ese  mal  llamado  progreso,  ojalá  que  sepa  enfrentar  con  éxito  la

                  presencia  explosiva  de  edificaciones  modernas,  comercio,  y  demás  construcciones  sin
                  planificación  alguna,  que  poco  a  poco  van  opacando  su  rostro  de  pueblo  y  que  pueda

                  mantener sus ancestrales costumbres, la manera de comportarse de su gente, tan autóctona,

                  tan genuina , tan sencilla; esto es, mantener pura su idiosincrasia de pueblo, ese pedazo de
                  isla que llamamos Altagracia.


                         Ramón, continuando su viaje por la carretera principal que une a todos los pueblos
                  del Municipio Antolín del Campo con otros municipios, medita razonadamente acerca de

                  aquel  inesperado  encuentro  con  sus  paisanos  gracitanos  y,  solo  después  de  despertar  de

                  aquel profundo letargo en que venía sumido, es sorprendido por el bello paisaje natural que
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