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Relatos y ocurrencias de un pueblo, ALTAGRACIA. | F. V. R.
De cuando José Ramón Ordaz (Moscón el de Casta), ya en sus últimas
horas de vida, manifestó su postrera voluntad como simple mortal
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ecordamos a José Ramón Ordaz, ampliamente conocido y apreciado en el pueblo
de Altagracia como “Moscón el de Casta”; lo recordamos como hombre de bien,
conduciendo su pintoresca bicicleta con un “pellón” multicolor de fino fieltro,
cubriendo el asiento de su siempre pulido vehículo de tracción de sangre, en cuyo manubrio
generalmente exhibía sendas cornetas de las llamadas “peras”, un gigantesco timbre
totalmente cromado, recordamos a la bicicleta de Moscón como la mejor equipada y más
lujosa del pueblo, lo que hacía que él se sintiera por demás orgulloso, tanto que sus
conterráneos lo distinguieran a la hora de evaluar la bicicleta más lujosa y mejor dotada del
pueblo. Todo aquello hacía muy feliz a José Ramón el de Casta.
Nuestro recordado y muy respetado amigo, Moscón, enfermó gravemente, ya echo
todo un hombre; atrás había quedado aquella juvenil afición de adornar su bicicleta con
lujosos atractivos que llamaban la atención de sus coterráneos.
Enfermó gravemente nuestro recordado José Ramón, motivo por el cual un día, muy
temprano, llamó a su digna compañera, madre de sus hijos, Josefina la de María Victoria, a
quien le dijo:
-Fina, yo estoy muy enfermo, me siento muy mal, pero mija, sólo te voy a exigir
algo que es mi última voluntad, si muero de ésta, por favor Fina, no permitas que me
entierren en el cementerio de aquí de Los Hatos, mija, no lo permitas, porque en ese
cementerio… -proseguía hablando Moscón, ya con voz muy apagada- …en ese cementerio,
mija, hay mucha hormiga picadora, de las llamadas hormigas amarillas y yo siempre he
sido alérgico a las picadas de esas bicharengas; así que tú te opones a que me entierren
aquí… ya sabes mija….
José Ramón “Moscón el de Casta”, sacando fuerza de donde no tenía, se sentó a la
orilla de la camita donde guardaba reposo absoluto y le dio a Fina, su mujer, el siguiente
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