Page 68 - Deepak Chopra - Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo.
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         no-cambio   dinámico  es  crucial.  Romper  el  equilibrio  en  cualquier  dirección  equivale  al  desastre;  la
         falta de cambio lleva a la muerte; el cambio excesivo, a un salvaje desorden (como cuando una célula
         cancerosa comienza a dividirse indiscriminadamente, hasta invadir tejidos vitales y provocar su propia
         destrucción, junto con la del resto del cuerpo).
            Toda célula sabe cómo derrotar a la entropía, trayendo la inteligencia al rescate cada vez que el
         desorden se entremete. El ejemplo más crítico es el que proporciona el mismo ADN. Durante mucho
         tiempo se pensó que era un elemento químico inerte, que permanecía inalterado en el núcleo de la
         célula; ahora se sabe que el ADN tiene una notable capacidad de autorreparación. Ante el ataque de
         los  radicales  libres  y  otras  influencias  perjudiciales,  en  un  filamento  del  ADN  pueden  aparecer  al
         menos   siete  tipos  diferentes  de  error.  (Se  puede  imaginar  el ADN como una cinta informática cuya
         información  se  torna  enrevesada   al  romperse,  torcerse  o  arrugarse.)  Si  los  genes  aceptaran
         pasivamente ese daño, como cualquier otro elemento químico, la información codificada en la doble
         espiral  se  tornaría  cada  vez  más  confusa,  imposibilitando  una  vida  ordenada.  Pero  el  ADN  ha
         aprendido  a  reparare  solo.  Puede  percibir  exactamente  qué  tipo  de  daño  se  ha  producido  y,  por
         medio de enzimas especiales, repone en el sitio debido los eslabones adecuados. Este asombroso
         despliegue  de  inteligencia  ha  sido  relacionado  directamente  con  el  envejecimiento  humano.  Si  se
         traza un gráfico de la expectativa de vida de diversos animales, comenzando con las gambas y los
         ratone?  para  continuar  con  vacas,  elefantes  y  terminar  con  el  hombre,  la  curva  resultante  se
         corresponde casi perfectamente con la capacidad del ADN de cada animal de repararse a sí mismo.
         La gamba de cola larga, por ejemplo, tiene una vida sumamente corta, casi siempre inferior a un año,
         mientras que los humanos tienen la vida más larga de todos los mamíferos, con un máximo conocido
         de entre 115 y 120 años.
            A  principios  de  la  década  de  los  setenta,  dos  jóvenes  gerontólogos,  Ron Hart y Richard Setlow,
         expusieron  el  ADN  de  diversos  animales  a  la  luz  ultravioleta  a  fin  de  provocar  un  tipo  de  daño
         específico (ciertas moléculas adyacentes del filamento del ADN se fusionaron de forma antinatural).
         Luego   calcularon  qué  grado  de  reparación  se  producía  en  el  período  de  una  hora.  De  hecho,  las
         células de la gamba se reparaban con más lentitud que las del ratón, que vive algo más. La celeridad
         de la reparación aumentaba en las vacas y los elefantes, para culminar con los humanos, que tienen
         la tasa de reparación genética más rápida de cuantas se conocen. Más adelante, el doctor Edward
         Schneider,  de  National  Institutes  on  Aging  (Institutos  Nacionales  sobre  el  Envejecimiento),  verificó
         que las células más viejas se reparaban con mucha menos eficiencia que las jóvenes. La conclusión
         general  es  que  el  envejecimiento  resulta  de  la incapacidad del ADN de mantenerse a la par con el
         daño que sufre constantemente millones de veces al año.
            Si es así como cede dentro de nosotros el equilibrio de las fuerzas, ¿por qué permite la naturaleza
         que   esto  continúe?  Si  una  célula  humana   tiene  una  eficiencia  del  99  por  ciento  para  la
         autorreparación,  ¿por  qué  la  evolución  no  completó  el  déficit  restante?  Se  trata  de  una  pregunta
         desconcertante,  pues  para  responderla  sería  preciso  conocer  el  secreto  de  la  vida  misma.  Lo  que
         podemos decir es que, en el curso de una vida entera, cada una de nuestras células sufre más daño
         del que puede reparar. El envejecimiento es el resultado de este déficit. Si las células se repararan
         siempre  a  la  perfección,  cada  célula  sería  tan  nueva  como  en  el  día  de  nuestro  nacimiento  y  no
         envejeceríamos   jamás.  Esto  implica  que,  evitando  tantos  errores  genéticos  como  sea  posible,
         evitaríamos el resultado de esos errores: el proceso del envejecimiento.
            Mirando desde el plano de la inteligencia, tus células quieren ser nuevas a cada instante. Pero las
         células  viejas  están  sembradas  de  pasados  errores  que  han  tomado  la  forma  física  de  desechos
         tóxicos,  pigmentos  acumulados,  moléculas  de  eslabones  cruzados  y  ADN dañado. Estos trozos de
         materia rígida ya no fluyen ni cambian como es necesario para la vida. En esta sección veremos el
         plano  viviente  del  cuerpo,  que  está  hecho  de  inteligencia,  para  descubrir  cómo  permite  que  se
         produzcan los errores. No hay ninguna necesidad biológica de que así sea y existen muchas técnicas
         para corregirlos y evitarlos.
            A diferencia de la gamba, la rata, la vaca o el elefante, tú no estas confinado dentro de un índice
         de reparación genética fija. Según el nuevo paradigma, todo tu cuerpo es un campo de conciencia y
         la  actividad  dentro  de tus células sufre la influencia directa de tus pensamientos y actos. Estás ha-
         blando  a  tu  ADN  mediante  los  mensajes  químicos  que  envía  tu  cerebro,  y  estos  mensajes  afectan
         directamente a la emisión de información del ADN. Un perdurable legado de la investigación mente-
         cuerpo realizada en los últimos veinte años es que tenemos una noción muy precisa de cómo se pro-
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