Page 276 - La introduccion de la Segunda Venida de Cristo a Su Iglesia.indb
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270 La introducción de La Segunda Venida de criSto a Su igLeSia

               había una gran cruz dorada en los cielos, y la gloria del Señor fluía de esa cruz. Y yo estaba
               parado con las manos extendidas así, y esa gloria estaba entrando en mi pecho. Y entonces la
               visión me dejó. Mi papá estaba sentado allí mirándome, cuando la visión me vino.
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                   (…)    Y ahora–ahora en esto, les diré lo que ocurrió. En la visión que tuve, retrocederé,
               pues ya traje eso de las dos visiones para mostrarles acerca de una de ellas, en que yo debiera
               estar en el oeste. Siempre he ansiado eso.
                   78  Y ahora, el propósito del Mensaje en esta mañana es de advertirle a la Iglesia, de todo
               lo que Él me permita advertirle a la Iglesia, hasta donde yo sé, hasta que… a medida que voy
               avanzando. Y esto me impactó, por eso quería advertirle a la Iglesia. Ahora, esto es solamente
               para este Tabernáculo (¿ven?), para aquí. Ahora, y en esta visión, la primera, aquí está lo que
               aconteció:
                   79  Después que la visión me llegó, y yo estaba tan débil, y había perdido toda esa sangre,
               y yo pensé que estaba hundiéndome en una eternidad sin fin (muchos de ustedes me han oído
               relatar esto antes)… y–y hundiéndome en una eternidad sin fin. Primero, estaba pasando por lo
               que parecían nubes, y luego por oscuridad, y hundiéndome hacia abajo, bajando y bajando. Y
               así de repente, yo había llegado a la región de los perdidos, y ahí yo grité. Y miré, y allí nada
               tenía cimiento. Yo nunca pude dejar de caer. Parecía que caería por toda la eternidad. No había
               paradero en ningún lugar.
                   80  Y luego qué distinto era a la visión que tuve aquí no hace mucho, de estar en la gloria con
               el pueblo, ¡qué contraste! Pero en esto, mientras caía, finalmente, yo grité por mi papá. Desde
               luego, siendo sólo un muchacho, eso era lo normal. Yo grité por mi papá, y mi papá no estaba
               allí. Entonces grité por mi mamá: “¡Alguien, agárreme!”. Pero allí no había mamá. Yo seguí
               cayendo. Y entonces clamé a Dios. Allí no había Dios. Allí no había nada.
                   81  Y después de un rato oí el sonido más lamentable que jamás he escuchado, y era el
               sentimiento más horrible. No hay manera de… Incluso un fuego literal y ardiente sería un placer
               al lado de lo que era esto. Ahora, esas visiones nunca han sido erradas. Y fue una sensación de
               las más horribles que yo jamás haya tenido, y que…
                   82  Escuché un ruido, parecía como algo–algo embrujado. Y cuando apareció, yo miré, y eran
               mujeres. Y tenían algo verde debajo… y solamente se les podía ver el rostro, y tenían algo verde
               debajo de sus ojos. Y sus ojos parecían como alargados hacia atrás, como las mujeres de hoy se
               pintan los ojos; así, hacia atrás, y solamente sus ojos y sus rostros. Y estaban haciendo: “¡Uh,
               uh, uh, uh!”. ¡Oh qué cosa!
                   83  Yo grité: “¡Oh Dios, ten misericordia de mí! ¡Ten misericordia, oh Dios! ¿Dónde estás?
               Si tan sólo me permites volver a vivir, yo te prometo ser un buen muchacho”. Ahora, eso era
               lo único que yo podía decir. Ahora, Dios sabe, y en el Día del Juicio Él me juzgará por esa
               declaración. Eso fue lo que dije: “Señor Dios, permíteme volver y te prometo que seré un buen
               muchacho”.
                   84  Y para cuando recibí el disparo, yo había mentido, había hecho casi de todo lo que se
               podía hacer, pero… es mejor que lo confiese ahora mismo mientras estoy aquí. Y cuando miré
               hacia abajo y vi que por poco no había sido volado en dos, yo dije: “Dios, ten misericordia de
               mí. Tú sabes que yo nunca cometí adulterio”. Eso fue lo único que pude decirle a Dios. Nunca
               había aceptado Su perdón, y todas esas cosas. Yo sólo pude decir: “Yo nunca cometí adulterio”.
                   85  Y luego me llevaron allá. Y entonces, estando en eso, yo clamé: “Dios, ten misericordia
               de mí. Yo seré un buen muchacho, si tan sólo me permites volver”, pues yo sabía que existía
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