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272 La introducción de La Segunda Venida de criSto a Su igLeSia

               cuarenta años, yo… Y ese es el–el… como sea es el número de juicio, ¿ven ustedes? Ahora,
               había…
                   95  Yo vi eso, y ni siquiera le pude hablar a mi esposa cuando llegó. Ella andaba tratando
               de conseguir algo para Sara y los niños, como un–un vestido o algo para la escuela; y yo ni
               siquiera pude… yo ni le pude responder. Me dijo: “Bill, ¿qué te sucede?”.
                   Le respondí: “Querida, estoy como… soy hombre casi muerto”.
                   Me preguntó: “¿Qué tienes, estás enfermo?”.
                   Dije: “No. Algo acaba de suceder”.
                   96  Ahora, ella no sabe. Ella está allá esperando recibir esta cinta. Yo no se lo dije a nadie.
               Y pensé en esperar, como prometí, traérselo primero a la Iglesia (¿ven?), traerlo a la Iglesia;
               esa fue mi promesa. Y ustedes entenderán, después de esta noche, la razón por la cual trato de
               cumplir con mi promesa, ¿ven?
                   97  Pensé entonces, al notar esos ojos como con gangrena en esas mujeres (había hispanas,
               francesas, hindúes y blancas, y de todas juntas); con esas cabezas tan enormes (ustedes saben,
               demasiado rizado, esos peinados, así como ellos se lo peinan, bien altos y luego por un lado,
               ustedes saben como lo hacen ellas); y además esos ojos que parecían con gangrena y con la
               pintura alargada hacia atrás como ojos de gatas; y ellas hablando. Y ahí me encontraba de
               nuevo, parado ahí en la tienda “JC Penney”, de regreso en el infierno otra vez.
                   98  Yo me asusté tanto. Pensé: “Señor, ciertamente no habré muerto, y después de todo me
               has dejado terminar en este lugar”.
                   99  Y allí estaban, haciendo… dando vueltas así, como en esa visión, uno escasamente podía
               oírlo con los oídos, ustedes saben, del murmullo y de lo que acontecía, de la gente, y esas
               mujeres subiendo por esa escalera y caminando por allí, y aquel, “¡Uuh, uuh!”. Allí con esos
               extraños ojos de verde, como en lamento.
                   100  Mi esposa llegó, y le dije: “Déjame solo por un momento, querida”. Le dije: “Si no te
               molesta, yo quiero irme a casa”.
                   Y ella dijo: “¿Estás enfermo?”.
                   101  Le respondí: “No. Continúa querida, si tienes que hacer más compras, hazlas”.
                   Ella dijo: “No, ya terminé”.
                   102  Entonces dije: “Déjame tomarte del brazo”. ¿Ven? Y me fui.
                   Ella me preguntó: “¿Qué sucede?”.
                   Le dije: “Meda, yo… Algo sucedió allá arriba”.
                   103  Y mientras yo estaba bajo eso, pensé en esto: “¿En qué día estamos viviendo? ¿Podrá ser
               esto la Tercera Etapa?”. Ahora, tengo algunas notas aquí.
                   (…)  205  Ahora, esperen un momento. Ustedes anotando las Escrituras, anoten Primera de
               Timoteo 5:6. La Biblia dice: “La mujer que vive en–en los placeres del mundo…” (no pueden
               ser los placeres de Dios), tendría que ser así, ¿ven? “La mujer que vive en los placeres del
               mundo, viviendo está muerta”. Eso es lo que dijo el profeta San Pablo: “La mujer que vive en
               esta condición mundana, mientras vive está muerta”. Y si ella rechaza la misericordia, podría
               cruzar la línea de separación, donde no hay más lugar para ella. Y entonces ¿adónde queda con
               sus ojos pintados, su cabello cortado? Ella estaría entonces del otro lado de la línea, sin manera
               de regresar; y tiene que haber un ministerio que le predique a ella. Pero recuerden, para ese
               tiempo todo ya habrá terminado, habrá concluido. ¡Sólo quedará tormento persistente!
                   206  Habrá un ministerio que desplegará grandes maravillas, Joel así lo dijo; pero no habrá
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