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El odio hasta el dolor. El tercer y más fuerte motor de cohesión de la sociedad de 1984. Pero
odio... ¿a qué? A lo extraño, al extranjero, al contrario al Partido. Las manifestaciones populares
más lúdicas son las películas de propaganda bélica (en las que abunda la violencia explícita y, por lo
que nos sugiere Orwell, real: imagínense una snuff movie perpetrada por miles de Rambos), las
ejecuciones —previo escarnio público— de prisioneros de guerra enemigos y, sobre todo y por
encima de cualquier otra, los Dos Minutos de Odio.
¿Qué son los Dos Minutos de Odio? La ración diaria de odio necesaria para hacer funcionar el
sistema. ¿Quién es el objeto del odio? Emmanuel Goldstein. El gran enemigo de Oceanía, el Partido
y el Gran Hermano. El adversario necesario. El traidor al Ingsoc. El artíficice de la Revolución que
se vendió a las potencias extranjeras. La población expresa su odio irracional, válvula de escape de
todos sus instintos primarios, mientras se superponen imágenes apenas subliminales de Goldstein
con un fondo de matanzas y atrocidades del enemigo de turno, sea Eurasia o Asia Oriental. Los
ciudadanos están condicionados para odiar a Goldstein. Odiar a Goldstein es amar al Partido y al
Gran Hermano y todo lo que representa el Ingsoc. Dudar de la maldad de Goldstein es la peor forma
de crimental.
Y Winston ha caído en ella.
Winston odia al Partido. Odia al Gran Hermano. Sabe que el Partido manipula la información,
altera la percepción cotidiana de la realidad. Lo sabe porque él mismo ha tenido en sus manos una
prueba de este fraude. Pero al mismo tiempo sabe que otros como él odian también al Partido. Por
ejemplo, O'Brien, un destacado miembro del Partido Interior, que se le aparece en sueños
prometiéndole un pronto encuentro en "el lugar donde no hay oscuridad". Guiado por una
complicidad inexplicable, más intuitiva que fundamentada, Winston sigue los pasos de O'Brien,
convencido de que le puede aclarar dudas acerca de la existencia de la Hermandad, una
organización clandestina, no se sabe si existente o no, enemiga jurada del Partido y el Gran
Hermano, tal vez impulsada por el propio Goldstein, el archienemigo.
Pero antes de acceder a O'Brien, Winston debe consumar su
crimental, debe trasgredir todas las reglas impuestas por el Partido,
debe vulnerar todos sus condicionamientos. La primera parte de la
novela nos refiere el proceso mental que sigue Winston antes de
estar preparado para saltar a esa fase. El acto de escribir el diario
hace a Winston plantearse cada vez más interrogantes acerca del
funcionamiento del Partido y su sistema de mentiras. Es la toma de
conciencia por parte de Winston de que la pretendida utopía no es
sino una terrible distopía. El siguiente razonamiento llevará a
Winston a plantearse la manera más idónea de contestación al
régimen. Pronto llegará al punto en que la única solución posible le
parece el derrocamiento del Gran Hermano. Pero los miembros del
Partido, sujetos a férreos condicionamientos, no serán la fuerza capaz de acabar con la opresión.
Winston fija sus ojos en los proles, los proletarios, aquellos ciudadanos ajenos al juego del Gran
Hermano, la masa acrítica y no condicionada. Los proles recuerdan una existencia anterior al Gran
Hermano, en ocasiones parecen inmunes al lavado de cerebro que ha hecho creer a toda la sociedad
que la inmensa mayoría de los adelantos científicos y tecnológicos de la Humanidad son obra del
Gran Hermano. Winston, que carece de familia (fue separado de su madre y su hermana a temprana
edad) y ha sido criado por el Partido, recuerda líneas sueltas de una canción de su infancia, que
convertirá en el símbolo de su individualidad y de su rebeldía. Esta rebeldía lo lleva a alquilar una
habitación en un barrio proletario. Allí podrá escribir su diario y dar rienda suelta a sus fantasías,
ajeno a la mirada omnipresente de las telepantallas.
Tras la toma de conciencia, la comisión del crimental, es hora de pasar a la acción. La segunda
parte de la novela nos muestra el acercamiento entre Winston y Julia. La al principio odiada Julia se
revela como una sediciosa. Pero, al contrario que Winston, la rebeldía de Julia es acrítica e intuitiva.
Julia carece de base teórica, todas las proclamas de Winston a favor del proletariado y en contra del
Partido le resultan ajenas e incomprensibles. La rebeldía de Julia es de otra índole. Ella busca la