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George Orwell                                    1 9 8 4                                    7

            delitos  concebibles  en  la  sociedad  de  Oceanía  (y,  suponemos,  de  las  otras  dos  potencias):  el
            crimental, o crimen mental. El delito de pensamiento opuesto al doblepensar y las directivas del
            Partido (o Ingsoc, Socialismo Inglés). Un ciudadano puede tener una conducta irreprochable, ser un
            miembro modélico del Partido, cantar todas sus consignas y dominar la neolengua; pero, si en su
            fuero interno no está convencido de la verdad del  Ingsoc  y esquiva con pericia la tupida red de
            delaciones  en  que  se  sustenta  la  sociedad  oceánica  (desde  la  Policía  del  Pensamiento  hasta  tus
            propios hijos), tarde o temprano se delatará a sí mismo mediante el crimental. Un hecho, un indicio,
            un  pensamiento  a  destiempo,  un  lapsus  linguae  o  incluso  una  frase  murmurada  entre  sueños
            bastarán para acabar con esa persona. Y ese "acabar con esa persona" funciona tanto en el sentido
            individual (será vaporizado) como en el colectivo (al ser una nopersona, nunca habrá existido; nada
            demostrará que ha existido; nadie lo recordará).
               Syme,  uno  de  los  compañeros  de  charla  de  café  de  Winston,  encargado  de  confeccionar  la
            undécima y casi definitiva edición del Diccionario de neolengua, explica su funcionamiento:
               "¿No  ves  que  la  finalidad  de  la  neolengua  es  limitar  el  alcance  del  pensamiento,  estrechar  el
            radio de acción de la mente? Al final, acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento.
            En  efecto,  ¿cómo  puede  haber  crimental  si  cada  concepto  se  expresa  claramente  con  una  sola
            palabra,  una  palabra  cuyo  significado  está  decidido  rigurosamente  y  con  todos  sus  significados
            secundarios eliminados y olvidados para siempre? (...) ¿Cómo vas a tener un eslogan como el de "la
            libertad es la esclavitud" cuando el concepto de libertad no exista?"
               El miedo a cometer  crimental es la primera señal de que se  está cometiendo un crimental. Y
            Winston ya ha alcanzado esa fase desde el momento en que comienza a escribir un diario. Lo hace a
            pluma,  a  hurtadillas,  sorteando  las  telepantallas  instaladas  en  su  dormitorio  que  detectan  su
            comportamiento huraño y le impelen a practicar su gimnasia. No existe intimidad. Cualquier acto
            solitario es antisocial, contrario a los principios del Ingsoc y conlleva la semilla del crimental. Ante
            semejante panorama, a Winston, como a cualquier otro habitante de este Londres espectral sacudido
            por  los  bombardeos  enemigos,  no  le  queda  más  remedio  que  adoptar  las  formas  externas  que
            determinan  el  buen  comportamiento  de  un  miembro  del  Partido,  consciente  de  que  ya  ha
            comenzado la cuenta atrás para su captura.
               La primera manifestación de sumisión al partido es el acatamiento de sus tres grandes eslóganes:

               La guerra es la paz.
               La libertad es la esclavitud.
               La ignorancia es la fuerza.

               Estas tres consignas constituyen el resumen del pensamiento del Ingsoc, son todo lo que un buen
            miembro del Partido necesita saber para ser un ciudadano de comportamiento correcto. La única
            manera de alcanzar la paz es mantenerse en estado de guerra contra las otras dos potencias, pues
            tarde o temprano Oceanía habrá de triunfar. La sumisión al Partido es la única manera de mantener
            un prurito de libertad; en caso contrario, mueres, dejas de existir. El falseamiento de la realidad es la
            base del sistema: creer las mentiras impuestas nos hará fuertes para mantenernos dentro del juego
            propuesto por el Partido; cuanto más ignorantes seamos, menos riesgo de descubrir incoherencias,
            menos posibilidades de caer en el crimental.
               El segundo acto que entraña sumisión al partido es la abstinencia sexual. Winston odia con todas
            sus fuerzas a dos mujeres: su esposa Katharine y Julia. Ambas son el prototipo de mujer entregada
            al partido. Su esposa no quiso darle descendencia, al considerar la maternidad un acto de sumisión
            al Partido: está condicionada para considerar el sexo por placer como una abominación, su frigidez
            es su fuerza. Julia encarna a la mujer militante en la Liga Juvenil Anti—Sex, que paradójicamente
            trabaja en el Departamento de Novela del Ministerio de la Verdad; es decir, se encarga de escribir
            novelas pornográficas que luego son distribuidas clandestinamente entre los proles, para hacerles
            creer que consumen un  producto prohibido. Su cinturón de castidad es  el recordatorio de que el
            sexo es intrínsecamente abominable. Prohibido el amor, ¿qué otra alternativa tienen los habitantes
            de Oceanía (y, suponemos, de las otras dos potencias)? El odio.
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