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delitos concebibles en la sociedad de Oceanía (y, suponemos, de las otras dos potencias): el
crimental, o crimen mental. El delito de pensamiento opuesto al doblepensar y las directivas del
Partido (o Ingsoc, Socialismo Inglés). Un ciudadano puede tener una conducta irreprochable, ser un
miembro modélico del Partido, cantar todas sus consignas y dominar la neolengua; pero, si en su
fuero interno no está convencido de la verdad del Ingsoc y esquiva con pericia la tupida red de
delaciones en que se sustenta la sociedad oceánica (desde la Policía del Pensamiento hasta tus
propios hijos), tarde o temprano se delatará a sí mismo mediante el crimental. Un hecho, un indicio,
un pensamiento a destiempo, un lapsus linguae o incluso una frase murmurada entre sueños
bastarán para acabar con esa persona. Y ese "acabar con esa persona" funciona tanto en el sentido
individual (será vaporizado) como en el colectivo (al ser una nopersona, nunca habrá existido; nada
demostrará que ha existido; nadie lo recordará).
Syme, uno de los compañeros de charla de café de Winston, encargado de confeccionar la
undécima y casi definitiva edición del Diccionario de neolengua, explica su funcionamiento:
"¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el
radio de acción de la mente? Al final, acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento.
En efecto, ¿cómo puede haber crimental si cada concepto se expresa claramente con una sola
palabra, una palabra cuyo significado está decidido rigurosamente y con todos sus significados
secundarios eliminados y olvidados para siempre? (...) ¿Cómo vas a tener un eslogan como el de "la
libertad es la esclavitud" cuando el concepto de libertad no exista?"
El miedo a cometer crimental es la primera señal de que se está cometiendo un crimental. Y
Winston ya ha alcanzado esa fase desde el momento en que comienza a escribir un diario. Lo hace a
pluma, a hurtadillas, sorteando las telepantallas instaladas en su dormitorio que detectan su
comportamiento huraño y le impelen a practicar su gimnasia. No existe intimidad. Cualquier acto
solitario es antisocial, contrario a los principios del Ingsoc y conlleva la semilla del crimental. Ante
semejante panorama, a Winston, como a cualquier otro habitante de este Londres espectral sacudido
por los bombardeos enemigos, no le queda más remedio que adoptar las formas externas que
determinan el buen comportamiento de un miembro del Partido, consciente de que ya ha
comenzado la cuenta atrás para su captura.
La primera manifestación de sumisión al partido es el acatamiento de sus tres grandes eslóganes:
La guerra es la paz.
La libertad es la esclavitud.
La ignorancia es la fuerza.
Estas tres consignas constituyen el resumen del pensamiento del Ingsoc, son todo lo que un buen
miembro del Partido necesita saber para ser un ciudadano de comportamiento correcto. La única
manera de alcanzar la paz es mantenerse en estado de guerra contra las otras dos potencias, pues
tarde o temprano Oceanía habrá de triunfar. La sumisión al Partido es la única manera de mantener
un prurito de libertad; en caso contrario, mueres, dejas de existir. El falseamiento de la realidad es la
base del sistema: creer las mentiras impuestas nos hará fuertes para mantenernos dentro del juego
propuesto por el Partido; cuanto más ignorantes seamos, menos riesgo de descubrir incoherencias,
menos posibilidades de caer en el crimental.
El segundo acto que entraña sumisión al partido es la abstinencia sexual. Winston odia con todas
sus fuerzas a dos mujeres: su esposa Katharine y Julia. Ambas son el prototipo de mujer entregada
al partido. Su esposa no quiso darle descendencia, al considerar la maternidad un acto de sumisión
al Partido: está condicionada para considerar el sexo por placer como una abominación, su frigidez
es su fuerza. Julia encarna a la mujer militante en la Liga Juvenil Anti—Sex, que paradójicamente
trabaja en el Departamento de Novela del Ministerio de la Verdad; es decir, se encarga de escribir
novelas pornográficas que luego son distribuidas clandestinamente entre los proles, para hacerles
creer que consumen un producto prohibido. Su cinturón de castidad es el recordatorio de que el
sexo es intrínsecamente abominable. Prohibido el amor, ¿qué otra alternativa tienen los habitantes
de Oceanía (y, suponemos, de las otras dos potencias)? El odio.