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George Orwell                                    1 9 8 4                                    11

               Conocemos la trayectoria vital de George Orwell. Sabemos de sus querellas internas en el seno
            de las fuerzas izquierdistas. Estamos al corriente de su desencanto con los partidos denominados
            obreros. A tenor de sus experiencias en el frente aragonés y en Barcelona durante la guerra civil
            española, descritas en Homenaje a Cataluña, y a raíz de lo leído en Rebelión en la granja, resultaría
            muy fácil ceder a la tentación de catalogar 1984 como una obra anticomunista. Lo cual es cierto
            pero inexacto.
               Orwell se cuida de trazar un mapa geopolítico en el que tienen cabida tres totalitarismos feroces
            y  sin  fisuras,  producto  de  un  reparto  del  mundo  que,  por  lo  sugerido  en  la  novela,  debió  de
            producirse en algún momento en torno a la década de 1950. Asia Oriental cayó bajo el influjo de
            China, y ya sabemos que China es un Estado comunista desde que Mao Zedong desalojara a Chiang
            Kai Chek de la China continental e instaurara su régimen, allá por 1949, todavía en vida de Orwell,
            con 1984 en proceso de redacción. Eurasia es una colonia de la Unión Soviética, en funcionamiento
            desde el triunfo de la Revolución bolchevique de 1917 pero con el estatus de superpotencia mundial
            desde que en 1945, al vencer al nazismo alemán de Hitler, se hiciera virtualmente con el control la
            Europa del Este, tras la  constitución, en 1949, del Consejo de Ayuda Económica (COMECON),
            germen del Pacto de  Varsovia. Oceanía es el  resultado de la absorción  por parte de los Estados
            Unidos de América de todos los países de habla inglesa (Canadá, Gran Bretaña, Suráfrica, Australia
            y Nueva Zelanda) más sus colonias naturales (de acuerdo con lo establecido en la Doctrina Monroe
            y  la  Doctrina  del  Destino  Manifiesto,  México  y  Centro  y  Sudamérica).  Vemos,  pues,  que  si  la
            crítica de Orwell hubiera tenido como único objetivo el comunismo estalinista, habría hecho caer
            Gran Bretaña bajo la influencia de Eurasia, algo que desde el punto de vista geográfico tenía más
            sentido que hacer bascular a su patria natal hacia la influencia estadounidense. El Gran Hermano
            practica  una  ideología,  el  Ingsoc,  indistinguible  del  comunismo  estalinista,  cierto,  pero  también
            indistinguible del nazismo o cualquier otra forma de fascismo. Su antisemitismo (Goldstein es un
            apellido judío) puede ser tan propio de un nazi alemán como de un comunista soviético como de un
            ultrarrepublicano  estadounidense  (Henry  Ford,  por  poner  un  ejemplo,  fue  cabeza  visible  del
            antisemitismo en su país) o un tory británico. Su xenofobia adentra sus raíces en la supremacía de la
            raza blanca y en la primacía de la lengua inglesa, que sólo será superada por la neolingua, de raíces
            asimismo inglesas.
               Si Orwell lo hubiera querido, el Gran Hermano podría haber sido ruso, o chino, o alemán. Pero
            no. El Gran Hermano es anglosajón. Oceanía es una dictadura, una de las tres dictaduras globales
            surgidas a raíz de la Segunda Guerra Mundial, y acompaña al comunismo estalinista soviético y al
            comunismo maoísta chino, pero no es ninguna de las dos, aunque comparte elementos ideológicos y
            de  modus  operandi.  También  posee  todos  los  atributos  que  convierten  en  dictadura  totalitaria  al
            fascismo italiano  y al nazismo. Pero no es ninguna de ellas. No se puede identificar con ningún
            totalitarismo existente en el momento de redacción de la novela. Es una extrapolación de lo que
            podría ser un comunismo o un fascismo a la anglosajona. De donde debemos colegir que Orwell
            está  criticando  todos  los  tipos  de  totalitarismo.  Su  crítica  es  de  carácter  universal,  y  tanto  da  la
            forma que este totalitarismo adquiera: comunismo, nazismo, fascismo o Ingsoc.


               3.3.3 Falseamiento de la realidad

               La única manera de perpetuar un régimen dictatorial como el presentado por Orwell es falseando
            la realidad, perpetuando la mentira. Para que el sistema funcione, hay que acabar con la disidencia.
            El crimental es el mayor delito, y para evitarlo hay que terminar con las causas que conducen al
            mismo.  Hay  que  manipular  el  pasado,  hacerlo  inexistente  si  es  necesario.  "Quien  controla  el
            presente controla el futuro. Quien controla el pasado controla el presente." Este axioma tiene una
            interpretación  evidente:  el  futuro  será  de  quienes  han  manipulado  el  pasado  hasta  el  punto  de
            modelarlo a su antojo. Mediante la anulación de cualquier tiempo que no sea el mismo presente se
            podrá evitar la contestación al régimen: la disidencia suele recurrir a factores históricos, a un pasado
            en el que las cosas no eran como ahora, y ese recurso al pasado conduce a rectificar el presente y
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