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George Orwell                                    1 9 8 4                                    14

            una reserva en la que viven seres humanos sin civilizar, es decir ajenos a este estado de cosas. Allí
            topan con Linda, una nacida en el Estado Mundial que cometió el crimen de quedarse embarazada
            (el  mayor  pecado  en  este  mundo)  y  engendrar  a  John,  el  Salvaje.  Con  el  Salvaje  de  la  mano,
            Bernard  regresa  a  Londres.  Vemos  el  idílico  mundo  feliz  bajo  la  mirada  atenta,  crítica  y
            escandalizada de John, sólo para darnos cuenta de que este mundo feliz, esta inmensa utopía, es
            terrible, acaso más terrible que la trazada por Orwell en 1984.
               Orwell leyó Un mundo feliz. Las similitudes, desde luego, existen. Bernard, igual que Winston,
            trabaja configurando la realidad que aprenderán los habitantes de Londres: el primero, creando la
            realidad;  el  segundo,  sustituyéndola.  Lenina  y  su  falta  de  complejos  en  materia  sexual  son  una
            buena materia prima para Julia. El resto, a fuerza de presentarnos una distopía basada en la felicidad
            de los súbditos del Estado opresor, podría parecer distinto, pero en el fondo es mucho más terrible:
            un habitante del mundo presentado por 1984, véase Winston, sabe que está siendo oprimido; un
            habitante del Estado Único de Un mundo feliz cree que vive en el mejor de los mundos posibles,
            donde imperan el consumismo y el amor libre.
               No  son  las  únicas  influencias  de  1984,  pero  sí  las  más  destacables.  Entre  las  distopías  más
            célebres cabría hablar también de La guerra de las salamandras, de Karel Capek (1936), que nos
            presenta, con un agudo sentido del humor, una guerra total, triste anticipo de la Segunda Guerra
            Mundial, entre la humanidad  y  una  raza de reptiles dotados de inteligencia. Pero  esto apenas se
            observa en la obra de Orwell. Busquemos, pues, influencias fuera de la corriente distópica de la
            literatura fantástica. La más evidente es El cero y el infinito, de Arthur Koestler (1941). Húngaro de
            nacimiento (1905-1983) y británico de adopción, fue amigo personal de Orwell, con quien mantuvo
            un interesante flujo de correspondencia. Su militancia comunista (1931-1937) lo llevó, entre otras
            cosas, a ser condenado a muerte durante la Guerra civil española. Fruto de sus experiencias y del
            desencanto sufrido por una Unión Soviética inmersa de lleno en las purgas estalinistas, escribió El
            cero y el infinito, una de las novelas más dolorosas que leerse puedan, e inspiradora directa de la
            tercera parte de 1984. Los interrogatorios y torturas a que es sometido Winston por O'Brien beben
            directamente de los de esta novela.


               5. Influencias de 1984

               Pero  1984  es  una  novela  que  también  ha  influido  a  posteriori,  no  sólo  en  la  literatura  sino
            también en el cine y en la vida cotidiana.


               5.1 Influencias literarias

               Las influencias literarias de 1984 se encuentran en la tradición distópica de la ciencia-ficción. La
            novela  puso  el  listón  tan  alto  que  nunca  más  se  volvió  a  presentar  un  futuro  tan  negro:  hacerlo
            hubiera equivalido a incurrir en la autoparodia o la hipérbole increíble, y la efectividad de 1984
            radica en que resulta inquietantemente creíble. Una distopía como Limbo, de Bernard Wolfe (1952),
            tal vez deba más a Un mundo feliz que a 1984, pero contiene puntos de interés para el estudioso de
            la obra de Orwell. El estadounidense Bernard Wolfe (1915-1986) fue guardaespaldas de Trotski en
            su exilio mexicano de Coyoacán y dio a publicar Limbo, una distopía tan inteligente como mordaz,
            en la que las diferencias entre Estados se solucionan mediante una especie un tanto desquiciada de
            Juegos Olímpicos. Tras la guerra atómica (fantasma que, curiosamente, apenas desarrolla Orwell),
            el credo imperante es el vol amp, la amputación voluntaria de miembros, que determina el prestigio
            social. El mundo está dominado por dos grandes superordenadores. El futuro es incomprensible. El
            Gran Hermano no lo entendería: ha quedado superado por la informática.
               También sería aventurado hablar de puntos de contacto entre 1984 y La naranja mecánica, de
            Anthony Burguess (1962). La violencia está consagrada como entretenimiento para la juventud. La
            caída  en  desgracia  de  uno  de  los  practicantes  de  la  ultraviolencia,  Alex,  corre  en  paralelo  a  la
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