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una reserva en la que viven seres humanos sin civilizar, es decir ajenos a este estado de cosas. Allí
topan con Linda, una nacida en el Estado Mundial que cometió el crimen de quedarse embarazada
(el mayor pecado en este mundo) y engendrar a John, el Salvaje. Con el Salvaje de la mano,
Bernard regresa a Londres. Vemos el idílico mundo feliz bajo la mirada atenta, crítica y
escandalizada de John, sólo para darnos cuenta de que este mundo feliz, esta inmensa utopía, es
terrible, acaso más terrible que la trazada por Orwell en 1984.
Orwell leyó Un mundo feliz. Las similitudes, desde luego, existen. Bernard, igual que Winston,
trabaja configurando la realidad que aprenderán los habitantes de Londres: el primero, creando la
realidad; el segundo, sustituyéndola. Lenina y su falta de complejos en materia sexual son una
buena materia prima para Julia. El resto, a fuerza de presentarnos una distopía basada en la felicidad
de los súbditos del Estado opresor, podría parecer distinto, pero en el fondo es mucho más terrible:
un habitante del mundo presentado por 1984, véase Winston, sabe que está siendo oprimido; un
habitante del Estado Único de Un mundo feliz cree que vive en el mejor de los mundos posibles,
donde imperan el consumismo y el amor libre.
No son las únicas influencias de 1984, pero sí las más destacables. Entre las distopías más
célebres cabría hablar también de La guerra de las salamandras, de Karel Capek (1936), que nos
presenta, con un agudo sentido del humor, una guerra total, triste anticipo de la Segunda Guerra
Mundial, entre la humanidad y una raza de reptiles dotados de inteligencia. Pero esto apenas se
observa en la obra de Orwell. Busquemos, pues, influencias fuera de la corriente distópica de la
literatura fantástica. La más evidente es El cero y el infinito, de Arthur Koestler (1941). Húngaro de
nacimiento (1905-1983) y británico de adopción, fue amigo personal de Orwell, con quien mantuvo
un interesante flujo de correspondencia. Su militancia comunista (1931-1937) lo llevó, entre otras
cosas, a ser condenado a muerte durante la Guerra civil española. Fruto de sus experiencias y del
desencanto sufrido por una Unión Soviética inmersa de lleno en las purgas estalinistas, escribió El
cero y el infinito, una de las novelas más dolorosas que leerse puedan, e inspiradora directa de la
tercera parte de 1984. Los interrogatorios y torturas a que es sometido Winston por O'Brien beben
directamente de los de esta novela.
5. Influencias de 1984
Pero 1984 es una novela que también ha influido a posteriori, no sólo en la literatura sino
también en el cine y en la vida cotidiana.
5.1 Influencias literarias
Las influencias literarias de 1984 se encuentran en la tradición distópica de la ciencia-ficción. La
novela puso el listón tan alto que nunca más se volvió a presentar un futuro tan negro: hacerlo
hubiera equivalido a incurrir en la autoparodia o la hipérbole increíble, y la efectividad de 1984
radica en que resulta inquietantemente creíble. Una distopía como Limbo, de Bernard Wolfe (1952),
tal vez deba más a Un mundo feliz que a 1984, pero contiene puntos de interés para el estudioso de
la obra de Orwell. El estadounidense Bernard Wolfe (1915-1986) fue guardaespaldas de Trotski en
su exilio mexicano de Coyoacán y dio a publicar Limbo, una distopía tan inteligente como mordaz,
en la que las diferencias entre Estados se solucionan mediante una especie un tanto desquiciada de
Juegos Olímpicos. Tras la guerra atómica (fantasma que, curiosamente, apenas desarrolla Orwell),
el credo imperante es el vol amp, la amputación voluntaria de miembros, que determina el prestigio
social. El mundo está dominado por dos grandes superordenadores. El futuro es incomprensible. El
Gran Hermano no lo entendería: ha quedado superado por la informática.
También sería aventurado hablar de puntos de contacto entre 1984 y La naranja mecánica, de
Anthony Burguess (1962). La violencia está consagrada como entretenimiento para la juventud. La
caída en desgracia de uno de los practicantes de la ultraviolencia, Alex, corre en paralelo a la