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George Orwell                                    1 9 8 4                                    17

            enemigo de hoy, por muy odiado que sea, puede ser el aliado de mañana; que lo que hoy es blanco
            mañana puede ser negro. Si no se confía en la nación y en el líder, difícilmente se podrá ganar la
            guerra contra el Otro, fin último de la existencia del Estado. Si en el camino hay que prescindir de
            la verdad o adecuarla a la situación existente, se hace. Si hay que hacer pequeñas trampas mentales,
            mentirse a sí mismos, también se hace.
               Este  esquema  resulta  independiente  de  la  forma  de  gobierno.  En  democracia  o  bajo  una
            dictadura, el poder sólo busca perpetuarse, y la superestructura ideológica es la mejor aliada de los
            mecanismos  coercitivos.  De  este  modo,  Orwell  no  está  aventurando  un  futuro  terrible,  sino
            describiendo  un  modus  operandi  propio  de  un  enfrentamiento  entre  bloques.  Orwell,  en  primer
            lugar y como objetivo inmediato, critica toda forma de totalitarismo, en particular el comunismo
            estalinista, pero ya ha ido un paso más allá de la denuncia efectuada en Rebelión en la granja. Su
            denuncia es mucho más radical. Nos advierte en contra de todos los mecanismos de manipulación
            de masas. Emplazando su distopía en una Gran Bretaña colonizada por los Estados Unidos da a
            entender que ninguna región del mundo escapa a la manipulación.
               Orwell,  por  tanto,  retrata  la  situación  del  mundo  en  1948,  año  en  que  comenzó  a  escribir  la
            novela. De hecho, 1984 es el resultado de invertir las dos últimas cifras de aquel año. Esta situación
            persiste en la actualidad. La caída del bloque comunista soviético y el acercamiento de China a los
            postulados  de  la  economía  capitalista  de  mercado  tal  vez  tracen  un  panorama  geoestratégico
            distinto. El enemigo ha pasado a ser difuso, toda vez que el posible enfrentamiento entre mundo
            occidental  y mundo árabe no parece ser tal (no olvidemos que los Estados Unidos y sus aliados
            cuentan  con  el  apoyo  de  casi  todos  los  gobiernos  árabes  y  arrastran  en  su  contra  a  casi  toda  la
            opinión pública de sus países). La amenaza ha pasado a ser genérica, la lucha contra el terrorismo o
            el «eje del mal», tan sólo existe una potencia que pueda ser considerada hegemónica. Este cuadro
            no tiene nada que ver con la situación descrita por Orwell. Sería muy fácil ceder a la tentación de
            considerar 1984 como una falsa profecía.
               Y,  sin  embargo,  las  actitudes  descritas  por  Orwell  siguen  ahí.  No  es  necesario  recurrir  a  la
            represión pura y dura para mantener cohesionada la sociedad. Una dictadura como las descritas por
            Orwell no es viable en una sociedad capitalista liberal. ¿Por qué? Pues porque existen mecanismos
            más sutiles para sojuzgar a la ciudadanía.
               El control social ha mutado. Se puede incrementar el recorte de los derechos civiles sin que ello
            suponga un coste electoral para las fuerzas que lo ponen en marcha: al fin y al cabo, se realizan para
            garantizar la libertad de los ciudadanos frente a amenazas exteriores (la guerra contra el terrorismo
            internacional) o internas (la lucha contra el terrorismo local, la delincuencia y la inmigración ilegal).
            No  es  necesario  recurrir  a  la  dictadura  y  las  torturas  no  dejan  de  ser  incidentes  aislados  y
            relativamente justificados por la Constitución (sólo cuando se produce la supresión de libertades
            individuales del ciudadano, para los supuestos de estado de excepción y estado de sitio). Mediante
            los mecanismos democráticos y constitucionales, la ciudadanía cede parte de su soberanía al Estado,
            con la finalidad de proteger su integridad física.
               Es en este punto donde la terminología de Orwell ha arraigado en la opinión pública. 1984 no
            sólo  describe  una  situación  existente,  sino  que  proporciona  las  herramientas  para  dar  nombre  a
            determinados  comportamientos  descritos.  Cuando  decimos  "el  Gran  Hermano  te  vigila",
            evidentemente no nos referimos al dictador benevolente y temible de la novela de Orwell, sino a la
            maquinaria estatal aplicada al escrutinio sistemático de los comportamientos del individuo. El Gran
            Hermano no es un partido político o una persona, sino el Estado mismo. El Ministerio de Hacienda,
            que  posee  todos  nuestros  datos  fiscales.  El  Ministerio  del  Interior,  que  posee  todos  nuestros
            historiales delictivos. El Ministerio de Sanidad,  que posee todos nuestros historiales clínicos.  La
            Agencia  de  Protección  de  Datos,  que  posee  la  llave  para  que  empresas,  bancos  y  compañías  de
            seguros  sepan  quiénes  somos,  qué  comemos,  qué  enfermedades  padecemos,  qué  situación
            económica  atravesamos...  en  resumen,  la  clave  para  conocernos  mejor  de  lo  que  nosotros  nos
            conocemos  a nosotros  mismos. Éste es el Gran Hermano real  y  actual, una maquinaria puesta  a
            nuestro servicio y, por tanto, mucho más temible que el dictador de Orwell, puesto que existe y es
            inevitable.
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