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Artículos
Confi esa Arguedas que «Agua sí fue escrito con odio, con el arrebato de un odio puro, aquel
que brota de los amores universales, allí, en las regiones del mundo donde existen dos bandos
enfrentados con implacable crueldad, uno que esquilma y otro que sangra» (Arguedas 2004: 177).
Respecto a Yawar Fiesta, describe varios aspectos: el poder del pueblo indígena al construir 300 km
de carretera en 28 días y demostrar que tiene mucho más valor que la gente que lo desprecia, pues
pueden matar incluso al Misitu, un dios (Alegría y otros 1986: 23); además, se muestra a migrantes
indios que pueden enfrentarse al principal latifundista de Puquio. Los ríos profundos presenta un
mundo mucho más confl ictivo que los anteriores, puesto que los indios ya no tienen miedo a las balas
ni a la muerte (episodios: «Las chicheras» o «Los colonos»), que pueden sublevarse; sin embargo, la
novela se impregna casi en su totalidad del ingrediente religioso y mágico quechua. El Sexto, novela
asintomática para el proceso de seguimiento del indio y por instalación urbana, aunque describe
algunos episodios andinos, muestra el lado político partidario y sentido profundamente humano de
Arguedas; en ella termina defi niéndose como no comunista, a pesar de su orientación claramente
socialista o comunista (ver «No soy un aculturado»).
El cuento «La agonía de Rasu Ñiti», como resultado de todo un proceso ideológico ya maduro,
es un artefacto de confrontación cultural del pensamiento de José María Arguedas. Para entonces,
el autor ya había observado buena parte del difícil y confl ictivo proceso de transformación del indio
en campesino o citadino. Estaba concibiendo, sino elaborando o escribiendo, Todas las sangres
(1964) en tanto propuesta política que toma en cuenta la solución de los múltiples confl ictos que
había producido la llegada de Occidente en 1532, lo cual no permitía la formación de una nación
integrada por todos los protagonistas de la vida nacional, pero sobre todo de los oprimidos, los
«indios», porque constituían una fuerza poderosa y creativa del Perú.
El año de 1962 es crucial para la impaciencia «india» contra el abuso secular que imponían los
sectores de poder (terratenientes), pues se confi rma el anuncio implícito hecho en Los ríos profundos
(1958), sobre el levantamiento de los indios colonos contra el orden establecido.
En Los ríos profundos (1958) hubo una tesis brotada de mi convivencia con los indios más miserables
que hay en nuestro país: los siervos de hacienda, los colonos. […] La tesis es ésta: esta gente se subleva
por una razón de orden enteramente mágico, ¿cómo no lo harán, entonces, cuando luchen por una
cosa mucho más directa que sus propias vidas, que no sea ya una creencia de tipo mágico?» Cuatro
años después ocurrió la sublevación de La Convención (1962). Yo estaba seguro que esas gentes se
rebelarían antes que las comunidades libres, porque estaban mucho más castigadas y mucho más al
borde de la muerte que las comunidades libres que tienen algo de tierra. A los colonos se les puso ante
esta alternativa: o invadir las tierras o morir de hambre y en ese caso el hombre, por instinto, defi ende
su vida. Entonces, esta gente ha sido la que se ha sublevado primero, la que ha dado muestra de más
valor. (Alegría y otros 1986: 239)
Los colonos, indios sin tierra ni bienes, eran parte de la servidumbre más miserable de los 39
terratenientes. «… lloran como criaturas; como cristianos reciben órdenes de los mayordomos, que
representan a Dios, que es el patrón, hijo de Dios, inalcanzable como él. Si un patrón de estos dijera:
“Alimenta a mi perro con tu lengua”, el colono abriría la boca y le ofrecería la lengua al perro. […]»
(Arguedas 1981a: 224). Ellos fueron los primeros alzados en 1962.
En Los ríos profundos, también se reafi rma y reivindica de manera más explícita y clara la
cosmovisión «india» de Arguedas. La cultura india es reasumida de manera casi natural, como se
había instalado en su niñez. La religión india es asumida con mayor convicción, porque la católica
solo le traía grandes descontentos:
Yo viví con esos indios de hacienda, yo lloré con ellos cuando los padres franciscanos, desde el púlpito
dorado de la capilla de la hacienda, les decían que el Wiracocha patrón era el representante de
Dios. ¡Yo lo he oído con estas orejas! Yo no puedo calumniar a nadie, mucho menos a la Iglesia.
Cuando esos indios despidieron a los Padres, caminaron toda una cuesta llorando detrás de ellos,
porque parecían que era la única esperanza, la única posibilidad que tenían, no sé por qué. Por la
noche lloraron durante no sé cuánto tiempo en la puerta de la iglesia. Pero esta gente tenían entre
ellos una solidaridad tan fuerte, tan grande, y una fe inextinguible en que alguna vez no llevarían la
vida que llevan. (Alegría y otros 1986: 238)