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                     por convicción, no fue un aculturado, como bien dijo en su discurso «No soy un aculturado» (1983: 9-11).
                     Dijo de sí, que era un «animalista» y «aldeano incurable» (1983: 173), además de autodenominarse
                     con orgullo como un «quechua moderno». (1983: 9)

                             Yo creo  que los novelistas, especialmente los que contemplamos el mundo como una cosa viva,
                             interpretamos esa realidad sin que lo que hayamos mostrado sea menos irreal, menos verdadero [...]
                             Cuando he releído con temor las pocas cosas que he escrito, he tenido la convicción, la felicidad
                             indefi nible de saber que eso que he dicho es absolutamente la verdad, no hay allí un ápice de mentira,
                             es la verdad. (Encuentro, 109)

                             ¡Qué  diferente  es en  cambio  la visión que  de  la realidad tiene  el  hombre  nuestro,  especialmente
                             el hombre andino! ¡Qué diferencia hay tan grande entre la experiencia de la realidad que tiene el
                             hombre andino y el hombre de la costa! Aun en la sierra cuán diferente es esta experiencia del mundo
                             entre el indígena y el que está más próximo al indígena y el señor o el que está más próximo al señor.
                             Yo hasta ahora les confi eso con toda honradez, con toda honestidad, no puedo creer que un río no
                             sea un hombre tan vivo como yo mismo. (Encuentro: 107-108)

                           «La agonía de Rasu Ñiti» con todos sus elementos andinos (Wamani, cóndor gris o «espíritu» del
                     Wamani, danzantes poseídos por Wamanis, moscas y chiririncas anunciadoras de la muerte, maíz
                     blanco sagrado,  etc.) y la cosmovisión inmersa en él, es una producción cultural defi nitivamente
                     quechua e india o simplemente andina.

                     4. RASU ÑITI Y LA DEFENSA DE LA ORIGINALIDAD DEL PERÚ ANDINO


                           Con el cuento «La agonía de Rasu Ñiti», Arguedas pretende poner en relieve lo andino y su
                     esencia cultural, muy a pesar de la transculturación, fenómeno cultural que según él enriqueció al
                     Perú. El discurso de defensa de lo peruano se enuncia con orgullo en «No soy un aculturado», como
                     uno de los principios que orientó su vida. Como lo hizo a través de su vida, cada vez con mayor
                     convicción, defendió la particularidad y originalidad del Perú, hechos que darían la posibilidad de
                     construir una nación justa e igualitaria encaminada hacia el progreso.
                           La narrativa de Arguedas, llevada a su máximo nivel literario y cultural en Los ríos profundos,
                     por la desnudez de la cosmovisión andina ―no creo lírica―, termina con la elaboración del cuento
                     «La agonía de Rasu Ñiti». Este cuento está dirigido a los peruanos en su totalidad, pero sobre todo a
                     los indios e hijos de indios aculturados o en proceso de aculturación, puesto que invita a la refl exión
                     sobre la vigencia y valor de lo andino. Arguedas sabía que un cuento producido por él tenía que
                     impactar en la conciencia peruana, para refl exionar sobre el Perú.

                             Usted no conoce la sierra. Es otro mundo. Entre las montañas inmensas, junto a los ríos que corren entre   41
                             abismos, el hombre se cría con más hondura de sentimientos; en eso reside su fuerza. El Perú es allá más
                             antiguo. No le han arrancado la médula  […]. (Arguedas 1974: 105)

                             … el Perú es mucho más fuerte que el General y toda su banda de hacendados y banqueros, es más
                             fuerte que el mister Gerente y todos los gringos. Te digo que es más fuerte porque no han podido destruir
                             el alma del pueblo al que los dos pertenecemos  [le dice a Cámac]. He sentido el odio, aunque a
                             veces escondido, pero inmortal que sienten por quienes los martirizan; y he visto a ese pueblo bailar sus
                             antiguas danzas; hablar en quechua, que es todavía en algunas provincias tan rico como en el tiempo
                             de los incas. ¿Tú no has bailado el toril en Sapallanga y en Morococha misma? ¿No has sentido superior
                             al mundo entero al ver en la plaza de tu pueblo la «chonguinada», las «pallas» o el «sachadanza»? Y
                             eso que tú no has visto las plazas de los pueblos del Cuzco, Puno, Huancavelica y Apurímac! Sientes,
                             hermano, que en esos cuerpos humanos que danzan o que tocan el arpa y el clarinete o el pinkullo
                             y el siku hay un universo; el hombre peruano antiguo triunfante que se ha servido de los elementos
                             españoles para seguir su propio camino. Los ríos, las montañas, los pájaros hermosos de nuestra tierra,
                             la inmensa cordillera pelada o cubierta de bosques misteriosos, se refl ejan en esos cantos y danzas. Es
                             el poder de nuestro espíritu. ¿Y qué hay en los señores y en los místeres que dominan nuestra patria?
                             ¿Qué hay de espíritu en ellos? Sus mujeres tienden a la desnudez, casi todos los hombres a los placeres
                             asquerosos y a amontonar dinero a cambio de más infi erno para los que trabajan, especialmente para
                             los indios. (Arguedas: 79-80)
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