Page 98 - complot contra la iglesia
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Fueron, por tanto, los judíos  y no los romanos, quienes tramaron el
                    complot final para asesinar a Cristo Nuestro Señor y quienes además pusieron
                    los medios para capturarlo, dando dinero a Judas Iscariote.
                           San Juan (capítulo XVIII) deja constancia en su Evangelio de cómo fue
                    aprehendido Jesús:
                           “1. Cuando Jesús hubo dicho estas cosas, salió con sus discípulos de la otra parte del
                    arroyo de cedrón, en donde había un huerto, en el cual entró El, y sus discípulos. 2. Y Judas,
                    que lo entregaba, sabía también aquel lugar: porque muchas veces concurría allí Jesús con sus
                    discípulos. 12. La cohorte pues, y el tribuno, y los ministros de los judíos prendieron a Jesús, y lo
                    ataron. 13. Y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, el cual era pontífice aquel
                    año. 14. Y Caifás era el que había dado el consejo a los judíos: Que convenía que muriese un
                    hombre por el pueblo. 24. Y Anás lo envió atado al pontífice Caifás. 28. llevan pues a Jesús
                    desde casa de Caifás al pretorio. Y era por la mañana: y ellos no entraron en el pretorio, por no
                    contaminarse, y por poder comer la Pascua. 39. Costumbre tenéis vosotros de que os suelte uno
                    en la pascua: ¿queréis pues que os suelte al Rey de los Judíos? 40 Entonces volvieron a gritar
                    todos diciendo: No a éste sino a Barrabás. Y Barrabás era un ladrón” (61).
                           Y en el capítulo XIX sigue narrando que después de azotar Pilatos a
                    Jesús, con el fin (según comenta la nota 3 de la Biblia de Scio, tomo V, página
                    255), de que viendo a Jesús en ese estado que podía mover a compasión a las
                    mismas fieras, se ablandara su corazón:
                           “4. Pilato pues salió otra vez fuera, y les dijo: Ved que os le saco fuera, para que sepáis
                    que no hallo en El causa alguna. 5. (Y salió Jesús llevando una corona de espinas, y un manto
                    púrpura). Y Pilato les dijo: Ved aquí al hombre. 6. Y cuando le vieron los pontífices, y los
                    ministros daban voces diciendo: Crucifícale, crucifícale. Pilato les dice: Tomadle allá vosotros, y
                    crucificadle: porque yo no hallo en El causa. 7. Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos
                    una ley, y según la ley debe morir, porque se hizo Hijo de Dios. 15. Y ellos gritaban: Quita, quita,
                    crucifícale. Les dice Pilato: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los pontífices: No
                    tenemos Rey, sino a César. 16. Y entonces se lo entregó para que fuese crucificado. Y tomaron
                    a Jesús, y le sacaron fuera. 17. Y llevando su cruz a cuestas salió para aquel lugar, que se llama
                    Calvario, y en hebreo Gólgotha. 18. Y allí lo crucificaron, y con El a otros dos, de una parte, y a
                    Jesús en medio” (62).
                           A Pilatos le ocurrió lo que a otros que no son de esa “raza de víboras” –
                    utilizando las propias palabras de Cristo- quien no se imaginó hasta qué grado
                    llegaría su crueldad, pues es algo excepcional en la historia de la humanidad. Y
                    es que habiendo renegado de su Dios y Señor, cayeron hasta lo más profundo
                    del abismo. Si con Jesús hicieron lo que hicieron, ya no puede extrañarnos el
                    horrible crimen ritual que estuvieron realizando los judíos durante varios siglos,
                    de cuyos monstruosos casos existen irrefutables testimonios, incluso de santos
                    de la Iglesia Católica. Este crimen ritual consistía – según es sabido- en
                    capturar un inocente niño cristiano y someterlo, en Viernes Santo, a todas las
                    torturas de la Pasión, haciéndole padecer la muerte cruel que dieron a Cristo
                    Nuestro Señor. Reproducían con sangre fría, en el infeliz niño, la Pasión y
                    Muerte de Jesús. La veneración que se rinde aquí en Italia al B. Simoncino de
                    Trento y al B. Lorenzino de Marostica, tienen precisamente su origen en que
                    ambos fueron martirizados por los judíos.
                           Todo esto nos parecería increíble si no existieran pruebas irrefutables de
                    su realización, no sólo a través de  la Edad Media, sino también en la Edad
                    Moderna.
                           Sólo una “raza de víboras” –como la calificara el Hijo de Dios- raza fría e
                    inmisericorde, asesina de Jesucristo, puede haber llegado a esos extremos de
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