Page 102 - complot contra la iglesia
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San Pablo, en su Epístola Primera  a los Tesalonicenses (capítulo II),
                    refiriéndose a los judíos, dice:
                           “15. Los cuales también mataron al Señor Jesús, y  a los Profetas, y nos han perseguido
                    a nosotros, y no son del agrado de Dios, y son enemigos de todos los hombre” (69).
                           San Pablo, en este versículo, calificó contundentemente a los judíos
                    como “enemigos de todos los hombres”, realidad que no puede ser puesta en
                    duda por quien haya estudiado a fondo la ideología y las actividades
                    clandestinas del pueblo judío.
                           Pero es muy probable que si San Pablo hubiera vivido en nuestros días,
                    habría sido condenado por antisemita al declarar públicamente una verdad que,
                    según los judíos y sus cómplices dentro del clero, no debe jamás mencionarse.
                           Por su parte, el protomártir San Esteban, dirigiéndose a los judíos de la
                    sinagoga de los libertinos, de los cireneos, de los alejandrinos y de aquellos
                    que eran de Cilicia y del Asia, es decir, a judíos de distintas partes del mundo,
                    les dijo en presencia del sumo sacerdote, jefe espiritual de Israel:
                           “51. Duros de cerviz, e incircuncisos de corazones y de orejas, vosotros resistís siempre
                    al Espíritu Santo, como vuestros padres, así también vosotros. 52. ¿A cuál de los profetas no
                    persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, del cual
                    vosotros ahora habéis sido traidores, y homicidas” (70).
                           El testimonio de San Esteban coincide, pues, con el de los apóstoles y el
                    de San pablo, al considerar a los judíos globalmente como pueblo, es decir,
                    tanto a los de Jerusalén y demás lugares de Judea, como a los que vivían en
                    otras partes del mundo, responsables del  deicidio. Todo esto consta en los
                    libros sagrados; donde no se encuentra un  solo versículo que culpe a los
                    romanos del asesinato.
                           En resumen, tanto las denuncias previas de Cristo Nuestro Señor, como
                    los testimonios de los apóstoles, de los Santos Evangelios, de san Pablo y de
                    San Esteban, constituyen una prueba irrefutable de que la Santa Iglesia, lejos
                    de haber estado equivocada durante diecinueve siglos al considerar deicida al
                    pueblo judío, ha estado en lo justo;  y que al achacar a los romanos la
                    responsabilidad del crimen, carece de todo fundamento.
                           En consecuencia, es de sorprender la postura de ciertos clérigos al
                    pretender adulterar la verdad histórica  en forma tan increíble, en un intento
                    verdaderamente audaz y demente, consistente en tratar de realizar casi una
                    nueva reforma en la Santa Iglesia, al pretender hacerla renegar de su pasado y
                    contradecirse consigo misma.
                           Si Cristo Nuestro Señor condenó a los judíos que lo desconocieron, si
                    los apóstoles tuvieron que combatir sus maldades, si San pablo y San Esteban
                    lucharon constantemente en contra de ellos, si los Papas y los concilios
                    ecuménicos y provinciales durante varios siglos les lanzaron las más
                    tremendas condenaciones y lucharon en contra de la Sinagoga de Satanás, los
                    nuevos reformadores pretenden, no obstante, contradiciendo la Doctrina
                    tradicional de la Santa Iglesia, que ésta se alíe con la Sinagoga de Satanás y
                    entre en arreglos con ella. Esta es una de las cosas que desea imponer al
                    Concilio Vaticano II este grupo de clérigos, en el que a semejanza de la
                    asociación “Amigos de Israel” –condenada por el Santo Oficio en 1928- figuran
                    hasta cardenales y según hemos sabido, dicho grupo trata de cambiar a la
                    Santa Iglesia de ruta, pugnando porque se tomen acuerdos que impidan a los
                    cristianos defenderse de las agresiones del imperialismo judío.
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