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—Todos están bajo trance, baja del carro, acércate a ellos y quítales las capas y los
paños con que cubren sus torsos. A Kripa quítale de sus hombros la seda blanca con la
que los cubre. Fíjate en la hermosa seda amarilla que cubre el pecho de Radheya, tráela.
Ve a donde está Aswatthama y trae también sus adornos. El rey lleva una seda azul de
encantador aspecto, a tu hermana le gustará, estoy seguro. No te acerques mucho a mi
abuelo, él conoce los encantamientos que contrarrestan este astra. Quizá no esté bajo
trance. No nos arriesguemos acercándonos a él.
Uttarakumara bajó del carro y recogió sedas y joyas de los héroes dormidos, tras lo
cual volvió al carro. Estaban ya dispuestos a partir, cuando Bhishma trató de detenerlos,
pero Arjuna había matado a sus caballos. Después de saludar a Bhishma desde cierta
distancia, Arjuna regresó a la ciudad.
Después de que salieran del trance, todos querían perseguir a Arjuna, pero Bhishma
se rió de ellos y les dijo:
—No seáis tontos. Admitid que hemos sido vencidos; volvamos a Hastinapura.
Vi cómo os quitaban vuestros vestidos y vuestras joyas, eso significa que habéis sido
despojados de vuestro honor: una venganza adecuada por lo que les hicisteis años atrás.
Traté de detenerle pero no pude. Podía haberos matado a todos mientras dormíais, pero
él es demasiado justo para hacer eso; volvamos a Hastinapura.
Duryodhana permaneció en silencio. Todos sus planes se habían roto. Vio cómo el
carro de Arjuna se perdía en la distancia. Desde allí Arjuna disparó flechas que cayeron
a los pies de los ancianos; era su despedida. Y del rey se despidió disparándole una
flecha que hizo que su corona cayera al suelo, tras lo cual su carro se perdió de vista. Tras
exhalar un suspiro de desaliento, Duryodhana decidió volver a Hastinapura.
Arjuna descendió del carro y le dijo al príncipe:
—Por la gracia de Dios se han salvado las vacas y los enemigos han sido vencidos.
Manda un mensaje a la ciudad anunciando tu victoria, pero quiero advertirte algo, no le
digas aún a tu padre que los pandavas están en su corte. Si se entera, quizás no pueda
resistir semejante sorpresa. Dile que luchaste con el ejército de los kurus y que rescataste
las vacas que habían sido capturadas por ellos.
Uttarakumara dijo:
—Pero eso es imposible, mis días de fanfarronería se han acabado, no puedo atribuirme
el mérito de algo que no hice. Arjuna le dijo:
—Sólo será por poco tiempo, cuando llegue el momento oportuno, puedes contarle la
verdad.
Se dirigieron al árbol Sami, quitaron la insignia del mono y pusieron de nuevo la del
león. El gran gandiva fue envuelto cariñosamente y colocado con las otras armas y los
dos se dirigieron hacia la ciudad. Ahora Uttarakumara iba sentado en el carro y Arjuna