Page 369 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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358        Parte III.—Textos: Tadbirat, 228, 229, 230
       celda o tras  la puerta de la suya, a fin de que  te encuentre cuan-
       do lo desee. No ejecutes lo que alguien te encargue, aunque sea tu pa-
       dre, mientras no  le hayas pedido previamente consejo a tu maestro.
        No entres jamás a la presencia de éste, cuando hubieres de entrar, sin
       besarle la mano y bajar la cabeza humildemente. Háztele amable por
       la sumisa obediencia a sus mandatos y prohibiciones.
          Sé avaro guardador del honor de tu maestro, y cuando le traigas la
       comida, déjasela delante con todo lo necesario, y tú quédate de pie
       tras de la puerta: si te llama, respóndele; y si no te llama, déjale hasta
       que acabe, y luego que haya acabado, retira la mesa o  el mantel,  si
       él te lo ordena, y caso de que hubiese quedado algo de la comida y el
       maestro te manda que te lo comas, cómetelo tú, sin preferir dárselo a
       otro. Y guárdate bien de pensar mal porque le pusiste gran cantidad
       y no dejó nada, o de murmurar de él porque no come acompañado.
       Procura que no te vea hacer lo que no [229]  le plazca ni desee que
       hagas.
          Guárdate de los lazos que los maestros de espíritu tienden a sus
       novicios a veces, y vigila atento hasta tus respiraciones cuando estés
       en presencia de ellos  : si por acaso caes en alguna falta contra la urba-
       nidad que debes guardar en tu trato con el maestro y conoces que éste
       la ha advertido, pero la ha pasado benévolamente por alto sin casti-
       garte, ten por seguro que es un lazo que te tiende y que él sabe muy
        bien que no harás cosa de provecho en la vida religiosa; en cambio,
        si te castiga por una simple idea que te viene a las mientes o por una
        insignificante mirada y te trata con rigor y dureza vigilando hasta tus
        respiraciones, alégrate con la buena nueva de que Dios te acepta, te
        abre la puerta y te acoge a su gracia. No confíes, pues, cuando te trate
        con amable familiaridad. Antes bien, a medida que se te muestre más
       benigno, procura intensificar en tu corazón el temor reverencial, el res-
       peto, la veneración y la compostura para con él...
          Si tu maestro se va de viaje y te deja en tu celda, permanece allí
        donde te ordenó que te quedases, y todos los días, a las horas que
        acostumbrabas a ir a saludarle, salúdale como si no estuviese ausente,
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