Page 374 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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La comida y el abandono a la divina providencia  363
       de comer sin necesidad de que a El le den, y así se te hará patente
       tu propia imperfección e impotencia, y tu comida será un acto en ser-
       vicio de Dios. No prestes atención ni le hagas caso al que te diga que
       comes poco, pues eso te conduciría a dejar de comer poco por hipocre-
       sía, a fin de que se diga de  ti que comes poco. Cuando estés presente
       en la mesa de la comunidad, sé tú el último que levante su mano, y no
       te pongas en pie, hasta que se quite la mesa. Ni comas en tu celda y
       vayas luego a la mesa de la comunidad a comer con melindres, como si
       fueses poco comedor, pues esta conducta es característica de los hipó-
       critas. No comas entre horas.

        5.°—ARTICULO SOBRE LA ADQUISICION DE LOS MEDIOS DE VIDA
         Y LA VIRTUD DEL ABANDONO A LA DIVINA PROVIDENCIA
         Si la fe viva en la providencia de Dios te falta aún, ejerce un ofi-
       cio para ganarte la vida y no simules poseer la virtud del abandono a
       la providencia divina, sin tener de esa fe viva ni un átomo. Tú te ima-
       ginas que tu impotencia [para el trabajo] nace de que posees ya esa
       fe viva y esa virtud del abandono intensa y perfectamente; pero en
       realidad sólo nace de la imperfección de tus anhelos espirituales, de la
       bajeza de tu origen, de la exigua dosis de tu propio conocimiento in-
       tuitivo. Ejerce, pues, un oficio y vive de él con austeridad, poniendo
       en esto todo tu esfuerzo y empeño. Si luego tu alma te pide que dejes
       tu oficio para entregarte ya a la virtud del abandono en las manos de
       Dios, no contraríes a tu alma y condesciende a su vocación; pero
       márchate para ello de los lugares en que eres conocido y vete a las
       poblaciones grandes en que no es conocido de sus habitantes el foras-
       tero, y aun allí, no afinques para vivir en un solo lugar siempre, sino,
       más bien, cambia de residencia a menudo y no trabes relación con na-
       die ni te hagas conocido suyo. Si ves a un hombre en cuyo rostro ad-
       viertas que viene a  ti con el propósito de darte algo, u oyes, sin verlo,
       que [234] se mueve para lo mismo, y tu alma te dice entonces: "Esto
       es un socorro que te viene de Dios"..., no lo tomes y rehusa el acep-
       tarlo, pues el socorro te ha venido con plena advertencia previa de que
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